TIEMPO ORDINARIO
MIÉRCOLES DE LA SEMANA IV
Del Común de un mártir. Salterio IV
5 de febrero
INVITATORIO
Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: TESTIGOS DE AMOR
Testigos de amor
de Cristo Señor,
mártires santos.
Rosales en flor
de Cristo el olor,
mártires santos.
Palabras en luz
de Cristo Jesús,
mártires santos.
Corona inmortal
del Cristo total,
mártires santos. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.
Salmo 102 I - HIMNO A LA MISERICORDIA DE DIOS
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura;
él sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila se renueva tu juventud.
El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.
Ant 2. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.
Salmo 102 II
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él sabe de que estamos hechos,
se acuerda de que somos barro.
Los días del hombre duran lo que la hierba,
florecen como flor del campo,
que el viento la roza, y ya no existe,
su terreno no volverá a verla.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.
Ant 3. Bendecid al Señor, todas sus obras.
Salmo 102 III
Pero la misericordia del Señor dura siempre,
su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza
y recitan y cumplen sus mandatos.
El Señor puso en el cielo su trono,
su soberanía gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes,
prontos a la voz de su palabra.
Bendecid al Señor, ejércitos suyos,
servidores que cumplís sus deseos.
Bendecid al Señor, todas sus obras,
en todo lugar de su imperio.
Bendice, alma mía, al Señor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Bendecid al Señor, todas sus obras.
V. Ábreme los ojos, Señor.
R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Romanos 14, 1-23
NINGUNO DE NOSOTROS VIVE PARA SÍ
Hermanos: Acoged benignamente a los espíritus débiles, sin criticar las distintas opiniones. Unos creen que pueden comer de todo; otros, al contrario, espíritus débiles, comen sólo legumbres. El que come de todo no desprecie al que no come; y el que no come, no se meta a criticar a aquél. Dios lo acogió en su Iglesia. ¿Quién eres tú para criticar al siervo ajeno? Que se mantenga en pie o que caiga sólo interesa a su propio amo; pero ya se mantendrá en pie, que poderoso es el Señor para sostenerlo.
Hay quienes tienen preferencia por unos días u otros; y hay quienes los consideran todos iguales. Que cada uno se forme conciencia segura dentro de su propia opinión. El que siente interés por tal día lo siente en honor del Señor. Y el que come de todo come en el nombre del Señor, pues da gracias a Dios; el que se abstiene de comer algo se abstiene por el Señor, y da gracias a Dios.
Ninguno de nosotros vive para sí y ninguno muere para sí. Que si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, para el Señor morimos. En fin, que tanto en vida como en muerte somos del Señor. Para esto murió Cristo y retornó a la vida, para ser Señor de vivos y muertos.
Y tú, espíritu débil, ¿por qué criticas a tu hermano? O también, tú, espíritu fuerte, ¿por qué desprecias a tu hermano? Mirad que todos compareceremos ante el tribunal de Dios, como dice la Escritura: "Por mi vida -dice el Señor-, ante mí se doblará toda rodilla, a mí me alabará toda lengua." Total, que cada uno de nosotros tendrá que dar cuenta a Dios de sí mismo. No nos juzguemos, pues, ya más unos a otros. Más bien aplicad vuestro juicio a no poner tropiezos o escándalos al hermano.
Yo, conforme a la doctrina de Jesús, Señor, sé y estoy convencido que nada hay de suyo impuro. Mas para quien juzga que una cosa es impura, para ese tal, sí, lo es. Si, por los alimentos que tomas, provocas a tu hermano, ya no procedes según la caridad. No malogres con tu comida a aquel por quien ha muerto Cristo. No deis, pues, lugar a que vuestra buena obra sea objeto de maledicencia.
El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo, pues el que en esto sirve a Cristo es grato a Dios y acepto a los hombres. Por tanto, trabajemos por la paz y por nuestra mutua edificación.
Por un manjar no destruyas la obra de Dios. Cierto que todos los manjares son puros; pero son perjudiciales para quien los come dando escándalo. Es mejor abstenerse de carne y de vino y de todo aquello en que tu hermano encuentre escándalo.
La seguridad de conciencia que tienes, guárdala para ti mismo en la presencia de Dios. Dichoso aquel a quien su conciencia no remuerde por lo que resuelve hacer. Pero quien come, con dudas de si hace bien o mal, ya es culpable ante Dios; porque no procedió con buena conciencia. Todo lo que se hace con mala conciencia es pecado.
RESPONSORIO Rm 14, 9. 8. 7
R. Para esto murió Cristo y retornó a la vida, para ser Señor de vivos y muertos. * Tanto en vida como en muerte somos del Señor.
V. Ninguno de nosotros vive para sí y ninguno muere para sí; que si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, para el Señor morimos.
R. Tanto en vida como en muerte somos del Señor.
SEGUNDA LECTURA
De la Disertación de san Metodio de Sicilia, obispo, sobre santa Águeda
(Analecta Bollandiana 68, 76-78)
SU BONDAD PROVENÍA DEL MISMO DIOS, FUENTE DE TODO BIEN
Nos ha reunido en este lugar, como ya sabéis vosotros, los que me escucháis, la celebración del aniversario de una santa mártir; su combate por la fe, tan conocido y venerado, es algo que históricamente pertenece al pasado, pero que, en cierto modo, se nos hace actual a través de los divinos milagros que un día tras otro van formando su corona y su ornato.
Es virgen porque nació del Verbo inmortal de Dios, Hijo invisible del Padre (este Hijo que también por mí experimentó la muerte en su carne), según aquellas palabras del evangelista Juan: A cuantos lo recibieron dio poder de llegar a ser hijos de Dios.
Esta mujer virgen, la que hoyos ha invitado a nuestro convite sagrado, es la mujer desposada con un solo esposo, Cristo, para decirlo con el mismo simbolismo nupcial que emplea el apóstol Pablo.
Una virgen que, con la lámpara siempre encendida, enrojecía y embellecía sus labios, mejillas y lengua con la púrpura de la sangre del verdadero y divino Cordero, y que no dejaba de recordar y meditar continuamente la muerte de su ardiente enamorado, como si la tuviera presente ante sus ojos.
De este modo, su mística vestidura es un testimonio que habla por sí mismo a todas las generaciones futuras, ya que lleva en si la marca indeleble de la sangre de Cristo, de la que está impregnada, como también la blancura resplandeciente de su virginidad.
Águeda hizo honor a su nombre, que significa «buena»; ella fue en verdad buena por su identificación con el mismo Dios; fue buena para su divino Esposo y lo es también para nosotros, ya que su bondad provenía del mismo Dios, fuente de todo bien.
En efecto, ¿cuál es la causa suprema de toda bondad, sino aquel que es el sumo bien? Por esto, difícilmente hallaríamos algo que mereciera, como Águeda, nuestros elogios y alabanzas.
Águeda, buena de nombre y por sus hechos; Águeda, cuyo nombre indica de antemano la bondad de sus obras maravillosas, y cuyas obras corresponden a la bondad de su nombre; Águeda, cuyo solo nombre es un estímulo para que todos acudan a ella, y que nos enseña también con su ejemplo a que todos pongamos el máximo empeño en llegar sin demora al bien verdadero, que es sólo Dios.
RESPONSORIO
R. Con la ayuda del Señor, le seré siempre fiel, cantando sus alabanzas; * él me ha salvado y me ha dado la paz.
V. El Señor ha conservado a su sierva libre de toda mancha y me ha unido a él, movido por su misericordia.
R. Él me ha salvado y me ha dado la paz.
ORACIÓN.
OREMOS,
Que nos alcancen tu perdón, Señor, las súplicas de santa Águeda, ella que tanto te agradó por el resplandor de su virginidad y por la fortaleza de su martirio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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