MIÉRCOLES DE LA SEMANA II
Del propio. Salterio II
8 de enero
Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. A Cristo, que se nos ha manifestado, venid, adorémosle.
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. A Cristo, que se nos ha manifestado, venid, adorémosle.
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: AYER, EN LEVE CENTELLA
Ayer, en leve centella,
te vio Moisés sobre el monte;
hoy no basta el horizonte
para contener tu estrella.
Los magos preguntan; y ella
de un Dios infante responde
que en duras pajas se acuesta
y más se nos manifiesta
cuanto más hondo se esconde. Amén.
SALMODIA
Ant 1. También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.
Salmo 38 I - SÚPLICA DE UN ENFERMO
Yo me dije: vigilaré mi proceder,
para que no se me vaya la lengua;
pondré una mordaza a mi boca
mientras el impío esté presente.
Guardé silencio resignado,
no hablé con ligereza;
pero mi herida empeoró,
y el corazón me ardía por dentro;
pensándolo me requemaba,
hasta que solté la lengua.
Señor, dame a conocer mi fin
y cuál es la medida de mis años,
para que comprenda lo caduco que soy.
Me concediste un palmo de vida,
mis días son nada ante ti;
el hombre no dura más que un soplo,
el hombre pasa como pura sombra,
por un soplo se afana,
atesora sin saber para quién.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.
Ant 2. Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.
Salmo 38 II
Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda?
Tú eres mi confianza.
Líbrame de mis iniquidades,
no me hagas la burla de los necios.
Enmudezco, no abro la boca,
porque eres tú quien lo ha hecho.
Aparta de mí tus golpes,
que el ímpetu de tu mano me acaba.
Escarmientas al hombre
castigando su culpa;
como una polilla roes sus tesoros;
el hombre no es más que un soplo.
Escucha, Señor, mi oración,
haz caso de mis gritos,
no seas sordo a mi llanto;
porque yo soy huésped tuyo,
forastero como todos mis padres.
Aplaca tu ira, dame respiro,
antes de que pase y no exista.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.
Ant 3. Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás.
Salmo 51 - CONTRA LA VIOLENCIA DE LOS CALUMNIADORES
¿Por qué te glorías de la maldad
y te envalentonas contra el piadoso?
Estás todo el día maquinando injusticias,
tu lengua es navaja afilada,
autor de fraudes;
prefieres el mal al bien,
la mentira a la honradez;
prefieres las palabras corrosivas,
lengua embustera.
Pues Dios te destruirá para siempre,
te abatirá y te barrerá de tu tienda;
arrancará tus raíces
del suelo vital.
Lo verán los justos, y temerán,
y se reirán de él:
«Mirad al valiente
que no puso en Dios su apoyo,
confió en sus muchas riquezas,
se insolentó en sus crímenes.»
Pero yo, como verde olivo,
en la casa de Dios,
confío en su misericordia
por siempre jamás.
Te daré siempre gracias
porque has actuado;
proclamaré delante de tus fieles:
«Tu nombre es bueno.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás.
V. Glorifica al Señor, Jerusalén.
R. Él envía su mensaje a la tierra.
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 62, 1-12
CERCANÍA DE LA REDENCIÓN
Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que despunte la aurora de su justicia y su salvación llamee como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia, y los reyes, tu gloria; te pondrán un nombre nuevo pronunciado por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios.
Ya no te llamarán «Abandonada»; ni a tu tierra, «Devastada»; a ti te llamarán «Mi favorita», y a tu tierra, «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá marido.
Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo.
Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas: ni de día ni de noche callarán. ¡Vosotros, los que os encargáis de que el Señor no se olvide, no os concedáis reposo! No le deis tampoco a él descanso, hasta que restablezca a Jerusalén, hasta que haga de ella la gloria de toda la tierra.
El Señor lo ha jurado por su diestra y por su brazo poderoso:
«Ya no entregaré tu trigo para que se lo coman tus enemigos; ya no se beberán tu vino los extranjeros, tu vino por el que tú trabajaste. Los que lo cosechen lo comerán y alabarán al Señor; los que lo vendimien lo beberán en mis atrios sagrados.»
Pasad, pasad por las puertas, despejad el camino para el pueblo; allanad, allanad la calzada, limpiadla de piedras; izad una bandera para las naciones. El Señor hace oír esto hasta los confines de la tierra:
«Decid a la ciudad de Sión: Mira a tu Salvador que llega, el premio de su victoria lo acompaña, su recompensa lo precede. Los llamarán "Pueblo santo", "Redimidos del Señor"; y a ti te llamarán "Buscada", "Ciudad no abandonada".»
RESPONSORIO Is 62, 2-3
R. Los pueblos verán tu justicia, y los reyes, tu gloria; * y te pondrán un nombre nuevo pronunciado por la boca del Señor.
V. Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios.
R. Y te pondrán un nombre nuevo pronunciado por la boca del Señor.
SEGUNDA LECTURA
Del Sermón en la santa Teofanía, atribuido a san Hipólito, presbítero
(Núms. 2. 6-8. 10: PG 10, 854. 858-859. 862)
EL AGUA Y EL ESPÍRITU
Jesús acude a Juan y es bautizado por él. ¡Cosa admirable! El río infinito que alegra la ciudad de Dios es lavado con un poco de agua. La fuente inconmensurable e inextinguible, origen de vida para todos los hombres, es sumergida en unas aguas exiguas y pasajeras.
Aquel que está presente siempre y en todo lugar, incomprensible para los ángeles e inaccesible a toda mirada humana, llega al bautismo por voluntad propia. Se le abrieron los cielos y se oyó una voz que venía del cielo que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias.»
El amado engendra amor, y la luz inmaterial una luz inaccesible. Éste es el que es tenido por hijo de José, y es mi Unigénito según la esencia divina.
Éste es mi Hijo amado: el que pasa hambre y alimenta a muchedumbres innumerables, el que se fatiga y rehace las fuerzas de los fatigados, el que no tiene dónde reclinar su cabeza y lo gobierna todo con su mano, el que sufre y remedia todos los sufrimientos, el que es abofeteado y da la libertad al mundo, el que es traspasado en su costado y arregla el costado de Adán.
Mas prestadme mucha atención, porque quiero recurrir a la fuente de la vida y contemplar la fuente de la que brota el remedio.
El Padre de la inmortalidad envió al mundo a su Verbo e Hijo inmortal, el cual vino a los hombres para purificarlos por el agua y el Espíritu: y, queriendo hacerlos renacer a la incorrupción del alma y del cuerpo, inspiró en nosotros un hálito de vida y nos revistió de una armadura incorruptible.
Por tanto, si el hombre ha sido hecho inmortal será también divinizado, y, si es divinizado por el baño de regeneración del agua y del Espíritu Santo, tenemos por seguro que, después de la resurrección de entre los muertos, será coheredero de Cristo.
Por esto proclamo a la manera de un heraldo: Acudid, pueblos todos, al bautismo que nos da la inmortalidad. En él se halla el agua unida al Espíritu, el agua que riega el paraíso, que da fertilidad a la tierra, crecimiento a las plantas, fecundidad a los seres vivientes; en resumen, el agua por la cual el hombre es regenerado y alcanza nueva vida, el agua con la cual Cristo fue bautizado, sobre la cual descendió el Espíritu Santo en forma de paloma.
El que se sumerge con fe en este baño de regeneración renuncia al diablo y se adhiere a Cristo, niega al enemigo del género humano y profesa su fe en la divinidad de Cristo, se despoja de su condición de siervo y se reviste de la de hijo adoptivo, sale del bautismo resplandeciente como el sol, emitiendo rayos de justicia, y, lo que es más importante, vuelve de allí convertido en hijo de Dios y coheredero de Cristo.
A él sea la gloria y el poder, junto con su Espíritu santísimo, bueno y dador de vida, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
RESPONSORIO Jn 1, 32. 34. 33
R. Vi al Espíritu Santo bajar del cielo como una paloma y posarse sobre él; * y, después que lo he visto, testifico que es el Hijo de Dios.
V. El que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquel sobre quien veas descender el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo.»
R. Y, después que lo he visto, testifico que es el Hijo de Dios.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios nuestro, que quisiste que tu Hijo tomara nuestra misma carne mortal para manifestarse a los hombres, haz que al contemplarle exteriormente igual a nosotros, nos vayamos transformando interiormente a imagen de él. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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