jueves, 9 de enero de 2025

LITURGIA DE LAS HORAS - OFICIO DE LECTURA

 


TIEMPO DE NAVIDAD
VIERNES DE LA SEMANA II
Del propio. Salterio II

10 de enero

OFICIO DE LECTURA

INVITATORIO

Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:

Ant. A Cristo, que se nos ha manifestado, venid, adorémosle.

Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. A Cristo, que se nos ha manifestado, venid, adorémosle.

Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: AYER, EN LEVE CENTELLA

Ayer, en leve centella,
te vio Moisés sobre el monte;
hoy no basta el horizonte
para contener tu estrella.

Los magos preguntan; y ella
de un Dios infante responde
que en duras pajas se acuesta
y más se nos manifiesta
cuanto más hondo se esconde. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Señor, no me castigues con cólera.

Salmo 37 I - ORACIÓN DE UN PECADOR EN PELIGRO DE MUERTE

Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera;
tus flechas se me han clavado,
tu mano pesa sobre mí;

no hay parte ilesa en mi carne
a causa de tu furor,
no tienen descanso mis huesos
a causa de mis pecados;

mis culpas sobrepasan mi cabeza,
son un peso superior a mis fuerzas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Señor, no me castigues con cólera.

Ant 2. Señor, todas mis ansias están en tu presencia.

Salmo 37 II

Mis llagas están podridas y supuran
por causa de mi insensatez;
voy encorvado y encogido,
todo el día camino sombrío;

tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi carne;
estoy agotado, deshecho del todo;
rujo con más fuerza que un león.

Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia,
no se te ocultan mis gemidos;
siento palpitar mi corazón,
me abandonan las fuerzas,
y me falta hasta la luz de los ojos.

Mis amigos y compañeros se alejan de mí,
mis parientes se quedan a distancia;
me tienden lazos los que atentan contra mí,
los que desean mi daño me amenazan de muerte,
todo el día murmuran traiciones.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Señor, todas mis ansias están en tu presencia.

Ant 3. Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío.

Salmo 37 III

Pero yo, como un sordo, no oigo;
como un mudo, no abro la boca;
soy como uno que no oye
y no puede replicar.

En ti, Señor, espero,
y tú me escucharás, Señor, Dios mío;
esto pido: que no se alegren por mi causa,
que, cuando resbale mi pie, no canten triunfo.

Porque yo estoy a punto de caer,
y mi pena no se aparta de mí:
yo confieso mi culpa,
me aflige mi pecado.

Mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos los que me aborrecen sin razón,
los que me pagan males por bienes,
los que me atacan cuando procuro el bien.

No me abandones, Señor,
Dios mío, no te quedes lejos;
ven aprisa a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío.

V. El Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia.
R. Para que conozcamos al Dios verdadero.

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 64, 1-12

PETICIÓN DE LA VISITA DE DIOS

¡Ojalá rasgaras el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia, como fuego que prende los sarmientos o hace hervir el agua! Para que muestres tu nombre a tus enemigos, para que tiemblen ante ti las naciones, cuando realices portentos inesperados, jamás conocidos.

Pues nunca oído alguno oyó ni ojo alguno vio jamás que un Dios hiciese tantas cosas a favor de los que en él esperan, como tú las has hecho. Tú te haces encontradizo con aquellos que practican la justicia y tienen en la mente tus caminos. Con nosotros has estado enojado, pues te hemos ofendido: hemos sido rebeldes contra ti desde muy antiguo. Todos nosotros somos como impuros: nuestras obras de justicia son como un paño manchado. Hemos caído como las hojas, nuestras culpas nos han arrastrado como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por asirse a ti, pues nos ocultabas tu rostro y nos dejabas a merced de nuestras culpas.

Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros somos la arcilla y tú nuestro alfarero: todos somos obra de tus manos. No te excedas en la ira, Señor, no recuerdes por siempre nuestra culpa: mira que somos tu pueblo. Tus santas ciudades han quedado convertidas en desierto, Sión se ha trocado en un yermo y Jerusalén está desolada.

Nuestro templo, nuestro orgullo, donde te alabaron nuestros padres, ha sido pasto del fuego, y lo que más queríamos está reducido a escombros. ¿Te quedas insensible a todo esto, Señor? ¿Seguirás aún callado, afligiéndonos sin medida?

RESPONSORIO    Cf. Is 56, 1; Mi 4, 9; Is 43, 3

R. Jerusalén, pronto llegará tu salvación, ¿por qué te dejas consumir por la tristeza? ¿Acaso ha perecido tu Consejero para que te retuerzas de dolor? * No temas, yo te salvaré.
V. Yo soy el Señor, tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador.
R. No temas, yo te salvaré

SEGUNDA LECTURA

Del Comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el evangelio de san Juan
(Libro 5, cap. 2: PG 73, 751-754)

LA EFUSIÓN DEL ESPÍRITU SANTO SOBRE TODA CARNE

El Hacedor del universo determinó instaurar con admirable perfección todas las cosas en Cristo y restituir la naturaleza humana a su estado primitivo; para este fin prometió darle en abundancia, junto con los demás bienes, el Espíritu Santo, condición necesaria para reintegrarla a una pacífica y estable posesión de sus bienes.

Así pues, habiendo establecido el tiempo en que había de bajar sobre nosotros el Espíritu Santo, esto es, en el tiempo de la venida de Cristo, lo prometió diciendo: En aquellos días -a saber, en los del Salvador-, derramaré mi Espíritu sobré toda carne.

Por consiguiente, cuando llegó el tiempo de tan gran munificencia y liberalidad -y puso a nuestra disposición en el mundo al Unigénito hecho carne, es decir, a aquel hombre nacido de mujer de que hablan las Escrituras-, nuestro Dios y Padre nos dio también el Espíritu, y Cristo fue el primero en recibirlo, como primicias de la naturaleza restaurada. Así lo atestigua Juan Bautista con aquellas palabras: Vi al Espíritu Santo bajar del cielo y posarse sobre él.

Se afirma de Cristo que recibió el Espíritu en cuanto que se hizo hombre y en cuanto que convenía que lo recibiera el hombre; y, del mismo modo -aunque es Hijo de Dios Padre, engendrado de su misma substancia ya antes de la encarnación, más aún, desde toda la eternidad-, no pone objeción al escuchar a Dios Padre que proclama, después que se ha hecho hombre: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.

De aquel que era Dios, engendrado por el Padre desde toda la eternidad, dice que lo ha engendrado hoy, para significar que en su persona hemos sido adoptados como hijos, ya que toda la naturaleza está incluida en la persona de Cristo, en cuanto que es hombre; en el mismo sentido se afirma que el Padre comunica al Hijo su propio Espíritu, ya que en Cristo alcanzamos nosotros la participación del Espíritu. Precisamente por esto se hizo hijo de Abraham, como está escrito, y fue semejante en todo a sus hermanos.

Por lo tanto, el Unigénito recibe el Espíritu Santo no para sí mismo, ya que él lo posee como algo propio y en él y por él se comunica a los demás, como ya dijimos antes, sino que lo recibe en cuanto que, al hacerse hombre, recapitula en sí toda la naturaleza para restaurarla, y restituirle su integridad primera. Es fácil, pues, de comprender, por lógica natural y por el testimonio de la Escritura, que Cristo recibió en su persona el Espíritu, no para sí mismo, sino más bien para nosotros, ya que por él nos vienen también todos los demás bienes.

RESPONSORIO    Ez 37, 27-28; Hb 8, 8

R. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo; * y sabrán las naciones que yo soy el Señor que consagra a Israel, cuando esté entre ellos mi santuario para siempre.
V. Yo concertaré una nueva alianza con la casa de Israel y con la casa de Judá.
R. Y sabrán las naciones que yo soy el Señor que consagra a Israel, cuando esté entre ellos mi santuario para siempre.

ORACIÓN.

OREMOS,
Señor Dios, que por medio de tu Hijo has hecho brillar la luz eterna de tu divinidad ante todas las naciones, haz que tu pueblo descubra plenamente el misterio de Cristo, su Redentor, para que, en virtud de este misterio, pueda llegar a gozar de aquella luz que no tiene ocaso. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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