JUEVES DE LA SEMANA III
De la Feria. Salterio III
30 de enero
Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. Venid, adoremos al Señor, porque él es nuestro Dios.
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: CON GOZO EL CORAZÓN CANTE LA VIDA
Con gozo el corazón cante la vida,
presencia y maravilla del Señor,
de luz y de color bella armonía,
sinfónica cadencia de su amor.
Palabra esplendorosa de su Verbo,
cascada luminosa de verdad,
que fluye en todo ser que en él fue hecho
imagen de su ser y de su amor.
La fe cante al Señor, y su alabanza,
palabra mensajera del amor,
responda con ternura a su llamada
en himno agradecido a su gran don.
Dejemos que su amor nos llene el alma
en íntimo diálogo con Dios,
en puras claridades cara a cara,
bañadas por los rayos de su sol.
Al Padre subirá nuestra alabanza
por Cristo, nuestro vivo intercesor,
en alas de su Espíritu que inflama
en todo corazón su gran amor. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.
Salmo 88,39-53 - IV: LAMENTACIÓN POR LA CAÍDA DE LA CASA DE DAVID
Tú, encolerizado con tu Ungido,
lo has rechazado y desechado;
has roto la alianza con tu siervo
y has profanado hasta el suelo su corona;
has derribado sus murallas
y derrocado sus fortalezas;
todo viandante lo saquea,
y es la burla de sus vecinos;
has sostenido la diestra de sus enemigos
y has dado el triunfo a sus adversarios;
pero a él le has embotado la espada
y no lo has confortado en la pelea;
has quebrado su cetro glorioso
y has derribado su trono;
has acortado los días de su juventud
y lo has cubierto de ignominia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.
Ant 2. Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.
Salmo 88,39-53 - V
¿Hasta cuándo, Señor, estarás escondido
y arderá como un fuego tu cólera?
Recuerda, Señor, lo corta que es mi vida
y lo caducos que has creado a los humanos.
¿Quién vivirá sin ver la muerte?
¿Quién sustraerá su vida a la garra del abismo?
¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia
que por tu fidelidad juraste a David?
Acuérdate, Señor, de la afrenta de tus siervos:
lo que tengo que aguantar de las naciones,
de cómo afrentan, Señor, tus enemigos,
de cómo afrentan las huellas de tu Ungido.
Bendito el Señor por siempre. Amén, amén.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.
Ant 3. Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.
Salmo 89 - BAJE A NOSOTROS LA BONDAD DEL SEÑOR
Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.
Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.
Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vigilia nocturna.
Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.
¡Cómo nos ha consumido tu cólera
y nos ha trastornado tu indignación!
Pusiste nuestras culpas ante ti,
nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
y nuestros años se acabaron como un suspiro.
Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.
¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,
quién ha sentido el peso de tu cólera?
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos;
por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
Que tus siervos vean tu acción,
y sus hijos tu gloria.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.
V. En ti, Señor, está la fuente viva.
R. Y tu luz nos hace ver la luz.
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Romanos 10, 1-21
DIOS ES SEÑOR DE TODOS
Hermanos, el mayor afecto de mi corazón y mis súplicas a Dios son en favor de los judíos, para que alcancen la salvación. Yo lo reconozco: tienen celo por la gloria de Dios, pero no según la verdadera ciencia del espíritu. Entendiendo mal el plan salvífico de Dios y por querer establecer el suyo propio, no se sometieron a la acción salvadora de Dios. Cristo es el término y el fin de la ley mosaica para justificación de todo el que tiene fe.
Escribe, en efecto, Moisés, acerca de la justificación que proviene de la ley: «Quien observe la ley vivirá por ella.» En cambio, de la justificación que proviene de la fe, se expresa así: «No digas en tu corazón: "¿Quién subirá al cielo?"» Se entiende: para hacer bajar a Cristo. «O bien: "¿Quién bajará a los infiernos?"» Es decir: para hacer subir a Cristo de entre los muertos.
Lo que afirma de la justificación que proviene de la fe es lo que sigue: «Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón», es decir, el mensaje de la fe que nosotros predicamos. Porque, si proclamas con tu boca a Jesús como Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón creemos para obtener la justificación y con la boca hacemos profesión de nuestra fe para alcanzar la salvación.
Pues dice la Escritura: «Todo el que crea en él no será confundido.» Porque ya no hay distinción entre judío y gentil, ya que uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que lo invocan. Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.
Pero, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo van a creer en aquel de quien nada han oído? Y ¿cómo oirán si nadie les predica? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Como dice la Escritura: «¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian el bien!»
Sin embargo, no todos los judíos se han sometido al Evangelio. Ya lo dijo Isaías: «Señor, ¿quién ha dado fe a nuestra predicación?» Por consiguiente, es claro que la fe depende de la predicación, y que la predicación se hace por misión de Cristo. Pero, pregunto yo: ¿Es que los judíos no han oído hablar de él? Claro que han oído: «A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.»
Y vuelvo a preguntar: ¿Es que los judíos no lo entendieron? Sí, lo entendieron. Moisés es el primero en afirmar: «Yo os provocaré a celos de un pueblo que no es mío. Y os provocaré a cólera por un pueblo insensato.» E Isaías hasta se atreve a decir: «Me dejé hallar de aquellos que por mí no venían; me dejé ver de quienes por mí no preguntaban.» Y, en cambio, de Israel asegura: «Todo el día mis manos extendí hacia un pueblo reacio y contumaz.»
RESPONSORIO Rm 10, 12b-13; 15, 8-9a
R. Cristo es el mismo Señor de todos, rico para todos los que lo invocan; * pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.
V. Cristo consagró su ministerio al servicio de los judíos, por exigir la fidelidad de Dios el cumplimiento de las promesas hechas a los patriarcas; y por otra parte para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia.
R. Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de Juan Mediocre de Nápoles, obispo
(Sermón 7: PLS 4, 785-786)
AMA AL SEÑOR Y SIGUE SUS CAMINOS
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Dichoso el que así hablaba, porque sabía cómo y de dónde procedía su luz y quién era el que lo iluminaba. Él veía la luz, no esta que muere al atardecer, sino aquella otra que no vieron ojos humanos. Las almas iluminadas por esta luz no caen en el pecado, no tropiezan en el mal.
Decía el Señor: Caminad mientras tenéis luz. Con estas palabras se refería a aquella luz que es él mismo, ya que dice: Yo he venido al mundo como luz, para que los que ven no vean y los ciegos reciban la luz. El Señor, por tanto, es nuestra luz, él es el sol de justicia que irradia sobre su Iglesia católica extendida por doquier. A él se refería proféticamente el salmista, cuando decía: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
El hombre interior, así iluminado, no vacila, sigue recto su camino, todo lo soporta. El que contempla de lejos su patria definitiva aguanta en las adversidades, no se entristece por las cosas temporales, sino que halla en Dios su fuerza; humilla su corazón y es constante, y su humildad lo hace paciente. Esta luz verdadera que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre, el Hijo, revelándose a sí mismo, la da a los que lo temen, la infunde a quien quiere y cuando quiere.
El que vivía en tiniebla y en sombra de muerte, en la tiniebla del mal y en la sombra del pecado, cuando nace en él la luz se espanta de sí mismo y sale de su estado, se arrepiente, se avergüenza de sus faltas y dice: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Grande es, hermanos, la salvación que se nos ofrece. Ella no teme la enfermedad, no se asusta del cansancio, no tiene en cuenta el sufrimiento. Por esto debemos exclamar plenamente convencidos, no sólo con la boca, sino también con el corazón: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Si es él quien ilumina y quien salva, ¿a quién temeré? Vengan las tinieblas del engaño: el Señor es mi luz. Podrán venir, pero sin ningún resultado, pues, aunque ataquen nuestro corazón, no lo vencerán. Venga la ceguera de los malos deseos: el Señor es mi luz. Él es, por tanto, nuestra fuerza, él que se da a nosotros y nosotros a él. Acudid al médico mientras podéis, no sea que después queráis y no podáis.
RESPONSORIO Sb 9, 10. 4
R. De tu trono de gloria envía, Señor, la sabiduría para que me asista en mis trabajos * y venga yo a saber lo que te es grato.
V. Dame, Señor, la sabiduría asistente de tu trono.
R. Y venga yo a saber lo que te es grato.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, dirige nuestras acciones según tu voluntad, para que, invocando el nombre de tu Hijo, abundemos en buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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