MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXXIV
De la Feria. Salterio II
27 de noviembre
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: ¿MORIRÁS, MUERTE, CONMIGO?
¿Morirás, muerte, conmigo
cuando el encuentro concluyas?
¿Como un río de aleluyas
me encontraré en ti al amigo
o al desamor enemigo?
¿Me encontraré la hermosura,
o la nada hueca y dura?
¿Me encontraré con la vida,
o contigo, siempre herida,
siempre muerte, siempre oscura?
Cuando llegues a mi puerta,
quiero ir a ti, como al mar
entra el río hecho cantar,
toda mi sed a ti abierta,
por no fatigar, incierta,
mi impaciencia enamorada.
Ni una lágrima salada
de mis pupilas asome:
¡y el silencio baje y tome
mi herida voz deslumbrada! Amén.
SALMODIA
Ant 1. También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.
Salmo 38 I - SÚPLICA DE UN ENFERMO
Yo me dije: vigilaré mi proceder,
para que no se me vaya la lengua;
pondré una mordaza a mi boca
mientras el impío esté presente.
Guardé silencio resignado,
no hablé con ligereza;
pero mi herida empeoró,
y el corazón me ardía por dentro;
pensándolo me requemaba,
hasta que solté la lengua.
Señor, dame a conocer mi fin
y cuál es la medida de mis años,
para que comprenda lo caduco que soy.
Me concediste un palmo de vida,
mis días son nada ante ti;
el hombre no dura más que un soplo,
el hombre pasa como pura sombra,
por un soplo se afana,
atesora sin saber para quién.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.
Ant 2. Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.
Salmo 38 II
Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda?
Tú eres mi confianza.
Líbrame de mis iniquidades,
no me hagas la burla de los necios.
Enmudezco, no abro la boca,
porque eres tú quien lo ha hecho.
Aparta de mí tus golpes,
que el ímpetu de tu mano me acaba.
Escarmientas al hombre
castigando su culpa;
como una polilla roes sus tesoros;
el hombre no es más que un soplo.
Escucha, Señor, mi oración,
haz caso de mis gritos,
no seas sordo a mi llanto;
porque yo soy huésped tuyo,
forastero como todos mis padres.
Aplaca tu ira, dame respiro,
antes de que pase y no exista.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.
Ant 3. Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás.
Salmo 51 - CONTRA LA VIOLENCIA DE LOS CALUMNIADORES
¿Por qué te glorías de la maldad
y te envalentonas contra el piadoso?
Estás todo el día maquinando injusticias,
tu lengua es navaja afilada,
autor de fraudes;
prefieres el mal al bien,
la mentira a la honradez;
prefieres las palabras corrosivas,
lengua embustera.
Pues Dios te destruirá para siempre,
te abatirá y te barrerá de tu tienda;
arrancará tus raíces
del suelo vital.
Lo verán los justos, y temerán,
y se reirán de él:
«Mirad al valiente
que no puso en Dios su apoyo,
confió en sus muchas riquezas,
se insolentó en sus crímenes.»
Pero yo, como verde olivo,
en la casa de Dios,
confío en su misericordia
por siempre jamás.
Te daré siempre gracias
porque has actuado;
proclamaré delante de tus fieles:
«Tu nombre es bueno.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás.
V. Mi alma espera en el Señor.
R. Espera en su palabra.
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Daniel 8, 1-26
VISIÓN DEL CARNERO Y DEL MACHO CABRIO. VICTORIA Y DESTRUCCIÓN DE LOS REYES GRIEGOS
El año tercero del rey Baltasar, yo, Daniel, tuve otra visión (después de la que ya había tenido). Me vino la visión estando yo en Susa, capital de la provincia de Elam, mientras me encontraba junto al río Ulay. Alcé la vista y vi junto al río, en pie, un carnero de altos cuernos, uno más alto y detrás del otro. Vi que el carnero embestía a poniente, a norte y a sur, y no había fiera que le resistiera ni quien se librase de su poder; hacía lo que quería, alardeando.
Mientras yo reflexionaba, apareció un macho cabrío que venía de poniente, atravesando toda la tierra sin tocar el suelo; tenía un cuerno entre los ojos. Se acercó al carnero de los dos cuernos, que había visto de pie junto al río, y se lanzó contra él furiosamente. Lo vi llegar junto al carnero, revolverse contra él y herirlo; le rompió los dos cuernos, y el carnero quedó sin fuerza para resistir. Lo derribó en tierra y lo pateó, sin que nadie librase al carnero de su poder.
Entonces el macho cabrío hizo alarde de su poder. Pero, al crecer su poderío, se le rompió el cuerno grande y le salieron en su lugar otros cuatro orientados hacia los cuatro puntos cardinales. De uno de ellos salió otro cuerno pequeño que creció mucho, apuntando hacia el sur, hacia el este, hacia Palestina. Creció hasta alcanzar el ejército del cielo, derribó al suelo algunas estrellas de ese ejército y las pisoteó. Creció hasta alcanzar al general del ejército, le arrebató el sacrificio cotidiano y socavó los cimientos del templo. Le entregaron el ejército y el sacrificio expiatorio; la lealtad cayó por los suelos, mientras él actuaba con gran éxito.
Entonces oí a dos santos que hablaban entre sí. Uno preguntaba:
«¿Cuánto tiempo abarca la visión de los sacrificios cotidiano y expiatorio, de la desolación del santuario y del ejército pisoteado?»
El otro contestaba:
«Dos mil trescientas tardes y mañanas; después el santuario será reivindicado.»
Yo, Daniel, seguía mirando y procurando entender la visión cuando apareció frente a mí, en pie, una figura humana. Oí una voz humana junto al río Ulay que gritaba:
«Gabriel, explícale a éste la visión.»
Se acercó adonde yo estaba, y, al acercarse, caí espantado de bruces; pero él me dijo:
«Hijo de hombre, has de comprender que la visión se refiere al final.»
Mientras él hablaba, seguí de bruces, aletargado; el me tocó y me puso en pie. Después me dijo:
«Yo te explicaré lo que sucederá en el tiempo final de la cólera; porque se trata del plazo final. El carnero de dos cuernos que viste representa los reyes de Media y Persia. El macho cabrío es el rey de Grecia; el cuerno grande entre sus ojos es el jefe de la dinastía. Los cuatro cuernos que salieron al quebrarse el primero son cuatro reyes de su estirpe, pero no de su fuerza. Al final de sus reinados, en el colmo de sus crímenes, se alzará un rey osado, experto en enigmas, de fuerza indomable, prodigiosamente destructivo, que actuará con gran éxito. Destruirá a poderosos, a un pueblo de santos. Con su astucia hará triunfar el fraude en sus acciones. Se creerá grande y destruirá con toda calma a muchos. Se atreverá con el Príncipe de príncipes, pero sin intervención humana fracasará.
La visión en que hablaban de tardes y mañanas es auténtica. Pero tú sella la visión, porque se refiere a un futuro remoto.»
RESPONSORIO Dn 8, 15. 17. 19
R. Yo seguía mirando y procurando entender la visión cuando apareció frente a mí, en pie, una figura humana y me dijo: * «Hijo de hombre, has de comprender que la visión se refiere al final.»
V. Yo te explicaré lo que sucederá en el tiempo final; porque se trata del plazo final.
R. Hijo de hombre, has de comprender que la visión se refiere al final.
SEGUNDA LECTURA
De las Homilías atribuidas a san Macario, obispo
(Homilía 28: PG 34, 710-711)
¡AY DEL ALMA EN LA QUE NO HABITA CRISTO!
Así como en otro tiempo Dios, irritado contra los judíos, entregó a Jerusalén a la afrenta de sus enemigos, y sus adversarios los sometieron, de modo que ya no quedaron en ella ni fiestas ni sacrificios, así también ahora, airado contra el alma que quebranta sus mandatos, la entrega en poder de los mismos enemigos que la han seducido hasta afearla.
Y del mismo modo que una casa, si no habita en ella su dueño, se cubre de tinieblas, de ignominia y de afrenta, y se llena de suciedad y de inmundicia, así también el alma, privada de su Señor y de la presencia gozosa de sus ángeles, se llena de las tinieblas del pecado, de la fealdad de las pasiones y de toda clase de ignominia.
¡Ay del camino por el que nadie transita y en el que no se oye ninguna voz humana!, porque se convierte en asilo de animales. ¡Ay del alma por la que no transita el Señor ni ahuyenta de ella con su voz a las bestias espirituales de la maldad! ¡Ay de la casa en la que no habita su dueño! ¡Ay de la tierra privada de colono que la cultive! ¡Ay de la nave privada de piloto!, porque, embestida por las olas y tempestades del mar, acaba por naufragar. ¡Ay del alma que no lleva en sí al verdadero piloto, Cristo!, porque, puesta en un despiadado mar de tinieblas, sacudida por las olas de sus pasiones y embestida por los espíritus malignos como por una tempestad invernal, terminará en el naufragio.
¡Ay del alma privada del cultivo diligente de Cristo, que es quien le hace producir los buenos frutos del Espíritu!, porque, hallándose abandonada, llena de espinos y de abrojos, en vez de producir fruto acaba en la hoguera. ¡Ay del alma en la que no habita Cristo, su Señor!, porque, al hallarse abandonada y llena de la fetidez de sus pasiones, se convierte en hospedaje de todos los vicios.
Del mismo modo que el colono, cuando se dispone a cultivar la tierra, necesita los instrumentos y vestiduras apropiadas, así también Cristo, el rey celestial y verdadero agricultor, al venir a la humanidad desolada por el pecado, habiéndose revestido de un cuerpo humano y llevando como instrumento la cruz, cultivó el alma abandonada, arrancó de ella los espinos y abrojos de los malos espíritus, quitó la cizaña del pecado y arrojó al fuego toda la hierba mala; y, habiéndola así trabajado incansablemente con el madero de la cruz, plantó en ella el huerto hermosísimo del Espíritu, huerto que produce para Dios, su Señor, un fruto suavísimo y gratísimo.
RESPONSORIO Jn 15, 1. 5. 9
R. Yo soy la vid verdadera y vosotros sois los sarmientos; * el que permanece en mí, como yo en él, da mucho fruto.
V. Como el Padre me amó, así también yo os he amado a vosotros.
R. El que permanece en mí, como yo en él, da mucho fruto.
ORACIÓN.
OREMOS,
Mueve, Señor, nuestros corazones, para que correspondamos con mayor generosidad a la acción de tu gracia, y recibamos en mayor abundancia la ayuda de tu bondad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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