TIEMPO ORDINARIO
VIERNES DE LA SEMANA XVIII
Del Común de vírgenes. Salterio II
11 de agosto
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. Venid, adoremos al Cordero, al Esposo acompañado por el cortejo de vírgenes.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: ESTA MUJER NO QUISO
Esta mujer no quiso
tomar varón ni darle su ternura,
selló su compromiso
con otro amor que dura
sobre el amor de toda criatura.
Y tanto se apresura
a zaga de la huella del Amado,
que en él se transfigura,
y el cuerpo anonadado
ya está por el amor resucitado.
Aquí la Iglesia canta
la condición futura de la historia,
y el cuerpo se adelanta
en esta humilde gloria
a la consumación de su victoria.
Mirad los regocijos
de la que por estéril sollozaba
y se llenó de hijos,
porque el Señor miraba
la pequeñez humilde de su esclava. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Señor, no me castigues con cólera.
Salmo 37 I - ORACIÓN DE UN PECADOR EN PELIGRO DE MUERTE
Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera;
tus flechas se me han clavado,
tu mano pesa sobre mí;
no hay parte ilesa en mi carne
a causa de tu furor,
no tienen descanso mis huesos
a causa de mis pecados;
mis culpas sobrepasan mi cabeza,
son un peso superior a mis fuerzas.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Señor, no me castigues con cólera.
Ant 2. Señor, todas mis ansias están en tu presencia.
Salmo 37 II
Mis llagas están podridas y supuran
por causa de mi insensatez;
voy encorvado y encogido,
todo el día camino sombrío;
tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi carne;
estoy agotado, deshecho del todo;
rujo con más fuerza que un león.
Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia,
no se te ocultan mis gemidos;
siento palpitar mi corazón,
me abandonan las fuerzas,
y me falta hasta la luz de los ojos.
Mis amigos y compañeros se alejan de mí,
mis parientes se quedan a distancia;
me tienden lazos los que atentan contra mí,
los que desean mi daño me amenazan de muerte,
todo el día murmuran traiciones.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Señor, todas mis ansias están en tu presencia.
Ant 3. Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío.
Salmo 37 III
Pero yo, como un sordo, no oigo;
como un mudo, no abro la boca;
soy como uno que no oye
y no puede replicar.
En ti, Señor, espero,
y tú me escucharás, Señor, Dios mío;
esto pido: que no se alegren por mi causa,
que, cuando resbale mi pie, no canten triunfo.
Porque yo estoy a punto de caer,
y mi pena no se aparta de mí:
yo confieso mi culpa,
me aflige mi pecado.
Mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos los que me aborrecen sin razón,
los que me pagan males por bienes,
los que me atacan cuando procuro el bien.
No me abandones, Señor,
Dios mío, no te quedes lejos;
ven aprisa a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío.
V. Mis ojos se consumen aguardando tu salvación.
R. Y tu promesa de justicia.
PRIMERA LECTURA
Del segundo libro de los Reyes 3, 5-27
ELISEO, PROFETA DE LOS REYES DE DUDA E ISRAEL EN LA GUERRA CONTRA LOS MOABITAS
Cuando murió Ajab, Mesá se rebeló contra Israel. Entonces, el rey Jorán salió de Samaria, pasó revista a todo Israel y mandó este mensaje a Josafat de Judá:
«El rey de Moab se ha rebelado contra mí. ¿Quieres venir conmigo a luchar contra Moab?»
Josafat respondió:
«Sí. Tú y yo, tu ejército y el mío, tu caballería y la mía somos uno.»
Luego preguntó:
«¿Por qué camino subimos?»
Jorán respondió:
«Por el camino del páramo de Edom.»
Así pues, los reyes de Israel, Judá y Edom emprendieron la marcha. Pero después de un rodeo de siete días, se le acabó el agua al ejército y a las acémilas. Entonces, el rey de Israel exclamó:
«¡El Señor nos ha reunido a tres reyes para entregarnos en poder de Moab!»
Pero Josafat preguntó:
«¿No hay aquí algún profeta para consultar al Señor?» Uno de los oficiales del rey de Israel respondió: «Aquí está Eliseo, hijo de Safat, el que vertía agua en las manos de Elías.»
Josafat comentó:
«¡La palabra del Señor está con él!»
Entonces, el rey de Israel, Josafat y el rey de Edom bajaron a ver a Eliseo. Pero Eliseo dijo al rey de Israel:
«¡Déjame en paz! ¡Vete a consultar a los profetas de tu padre y de tu madre! »
El rey de Israel repuso:
«Mira, es que el Señor nos ha reunido a tres reyes para entregarnos en poder de Moab.»
Eliseo dijo entonces:
«¡Vive el Señor de los ejércitos, a quien sirvo! Si no fuera en consideración a Josafat de Judá, ni siquiera te miraría a la cara. Traedme, pues, un músico.»
Y, mientras el músico tañía, vino sobre Eliseo la mano del Señor, y dijo:
«Así dice el Señor: "Abrid zanjas en toda la vaguada." Porque así dice el Señor: "No veréis viento, ni veréis lluvia, pero esta vaguada se llenará de agua y beberéis vosotros, vuestros ejércitos y vuestras acémilas." Y, por si esto fuera poco, el Señor os pondrá en las manos a Moab: conquistaréis sus plazas fuertes, talaréis su mejor arbolado, cegaréis las fuentes y llenaréis de piedras los mejores campos.»
En efecto, a la mañana siguiente, a la hora de la ofrenda, vino una riada de la parte de Edom, y se inundó de agua toda la zona. Mientras tanto, los moabitas, sabiendo que los reyes iban a atacarlos, habían hecho una movilización general, desde los que estaban en edad militar para arriba, y se habían apostado en la frontera. Madrugaron. El sol reververaba sobre el agua, y al verla de lejos, roja como la sangre, los moabitas exclamaron:
« ¡Es sangre! Los reyes se han acuchillado, se han matado unos a otros. ¡Al saqueo, Moab! »
Pero cuando llegaron al campamento israelita, Israel se levantó y derrotó a Moab, que huyó ante ellos. Los israelitas penetraron en territorio de Moab y lo devastaron: destruyeron las ciudades, cada uno tiró una piedra a los campos mejores hasta llenarlos, cegaron las fuentes y talaron los árboles mejores, hasta dejar solamente a Quir Jareset, a la que cercaron y atacaron los honderos.
Cuando el rey de Moab vio que llevaba las de perder, tomó consigo setecientos hombres armados de espada para abrirse paso hacia el rey de Siria, pero no pudo. Entonces, cogió a su hijo primogénito, el que debía sucederle en el trono, y lo ofreció en holocausto sobre la muralla.
RESPONSORIO Sir 48, 13. 15
R. Eliseo recibió dos tercios del espíritu de Elías; vida no temió a ninguno. * Nadie pudo sujetar su espíritu.
V. En vida hizo maravillas y en muerte obras brocas.
R. Nadie pudo sujetar su espíritu.
SEGUNDA LECTURA
De la Carta de santa Clara, virgen, a la santa Inés de Praga
(Escritos de santa Clara, edición Ignacio Omaechevarría. Madrid 1970, pp. 339-341)
ATIENDE A LA POBREZA, LA HUMILDAD Y LA CARIDAD DE CRISTO.
Dichoso, en verdad, aquel a quien le es dado alimentarse en el sagrado banquete y unirse en lo íntimo de su corazón a aquel cuya belleza admiran sin cesar las multitudes celestiales, cuyo afecto produce afecto, cuya contemplación da nueva fuerza, cuya benignidad sacia, cuya suavidad llena el alma, cuyo recuerdo ilumina suavemente, cuya fragancia retornará los muertos a la vida y cuya visión gloriosa hará felices a los ciudadanos de la Jerusalén celestial: él es el brillo de la gloria eterna, un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha, el espejo que debes mirar cada día, oh reina, esposa de Jesucristo, y observar en él reflejada tu faz, para que así te vistas y adornes por dentro y por fuera con toda la variedad de flores de las diversas virtudes, que son las que han de constituir tu vestido y tu adorno, como conviene a una hija y esposa castísima del Rey supremo. En este espejo brilla la dichosa pobreza, la santa humildad y la inefable caridad, como puedes observar si, con la gracia de Dios, vas recorriendo sus diversas partes.
Atiende al principio de este espejo, quiero decir a la pobreza de aquel que fue puesto en un pesebre y envuelto en pañales. ¡Oh admirable humildad, oh pasmosa pobreza! El Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra es reclinado en un pesebre. En el medio del espejo considera la humildad, al menos la dichosa pobreza, los innumerables trabajos y penalidades que sufrió por la redención del género humano. Al final de este mismo espejo contempla la inefable caridad por la que quiso sufrir en la cruz y morir en ella con la clase de muerte más infamante. Este mismo espejo, clavado en la cruz, invitaba a los que pasaban a estas consideraciones, diciendo: ¡Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante a mi dolor! Respondamos nosotros, a sus clamores y gemidos, con una sola voz y un solo espíritu: Mi alma lo recuerda y se derrite de tristeza dentro de mi. De este modo, tu caridad arderá con una fuerza siempre renovada, oh reina del Rey celestial.
Contemplando además sus inefables delicias, sus riquezas y honores perpetuos, y suspirando por el intenso deseo de tu corazón, proclamarás: «Arrástrame tras de ti, y correremos atraídos por el aroma de tus perfumes, esposo celestial. Correré sin desfallecer, hasta que me introduzcas en la sala del festín, hasta que tu mano izquierda esté bajo mi cabeza y tu diestra me abrace felizmente y me beses con los besos deliciosos de tu boca.»
Contemplando estas cosas, dígnate acordarte de ésta tu insignificante madre, y sabe que yo tengo tu agradable recuerdo grabado de modo imborrable en mi corazón, ya que te amo más que nadie.
RESPONSORIO Sal 72, 26; Flp 3, 8. 9
R. Se consumen mi corazón y mi carne * por Dios, mi herencia eterna.
V. Lo perdí todo, con tal de ganar a Cristo y encontrarme unido a él.
R. Por Dios, mi herencia eterna.
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor, Dios nuestro, que concediste a santa Clara un gran amor por la pobreza evangélica, concédenos, por su intercesión, seguir a Cristo en la pobreza del espíritu y llegar a contemplarte en tu glorioso reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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