TIEMPO ORDINARIO
JUEVES DE LA SEMANA VI
De la Feria. Salterio II
16 de febrero
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. Entrad en la presencia del Señor con aclamaciones.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: SEÑOR, ¿A QUIÉN IREMOS?
Señor, ¿a quién iremos,
si tú eres la Palabra?
A la voz de tu aliento
se estremeció la nada;
la hermosura brilló
y amaneció la gracia.
Señor, ¿a quién iremos,
si tu voz no nos habla?
Nos hablas en las voces
de tu voz semejanza:
en los goces pequeños
y en las angustias largas.
Señor, ¿a quién iremos,
si tú eres la Palabra?
En los silencios íntimos
donde se siente el alma,
tu clara voz creadora
despierta la nostalgia.
¿A quién iremos, Verbo,
entre tantas palabras?
Al golpe de la vida,
perdemos la esperanza;
hemos roto el camino
y el roce de tu planta.
¿A dónde iremos, dinos,
Señor, si no nos hablas?
¡Verbo del Padre, Verbo
de todas las mañanas,
de las tardes serenas,
de las noches cansadas!
¿A dónde iremos, Verbo,
si tú eres la Palabra? Amén.
SALMODIA
Ant 1. Nos diste, Señor, la victoria sobre el enemigo; por eso damos gracias a tu nombre.
Salmo 43 I ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS QUE SUFRE ENTREGADO A SUS ENEMIGOS
¡Oh Dios!, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.
Tú mismo, con tu mano, desposeíste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.
Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria;
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.
Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.
Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.
Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Nos diste, Señor, la victoria sobre el enemigo; por eso damos gracias a tu nombre.
Ant 2. Perdónanos, Señor, y no entregues tu heredad al oprobio.
Salmo 43 II
Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.
Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dispersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.
Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.
Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Perdónanos, Señor, y no entregues tu heredad al oprobio.
Ant 3. Levántate, Señor, y redímenos por tu misericordia.
Salmo 43 III
Todo esto nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón
ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.
Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.
Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?
Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Levántate, Señor, y redímenos por tu misericordia.
V. Señor, ¿a quién vamos a ir?
R. Tú tienes palabras de vida eterna.
PRIMERA LECTURA
De la primera carta a los Corintios 9, 1-18
LIBERTAD Y CARIDAD DE PABLO
Hermanos: ¿No soy libre para hacer lo que quiero? ¿No soy apóstol? ¿No he visto a Jesús, Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra, por mí llevada a cabo para el Señor? Si para otros no soy apóstol, lo soy sin duda ninguna para vosotros. El sello de mi apostolado sois vosotros, ganados por mí para el Señor. Y ésta es mi defensa contra los que pretenden juzgarme. ¿Acaso no tenemos derecho a comer o beber? ¿No tenemos derecho a llevar en nuestros viajes a una mujer, hermana en Cristo, como lo hacen los demás apóstoles, y los hermanos del Señor y Cefas? ¿O sólo yo y Bernabé estamos obligados al trabajo manual?
¿Quién jamás profesó la milicia a sus propias expensas? ¿Quién planta una viña, y no come de su fruto?
¿Quién apacienta un rebaño, y no se aprovecha de la leche? Lo que hablo yo ¿se apoya sólo en razones humanas, o no lo asegura también la ley? Está escrito en la ley de Moisés: «No pondrás bozal al buey que trilla.» ¿Acaso Dios se preocupa de decirlo por los bueyes? ¿O no lo dice propiamente por nosotros? Sin duda que lo dice por nosotros. Es decir, quien ara debe arar con la esperanza del fruto; y quien trilla, con la esperanza de tener parte en la cosecha.
Si en beneficio vuestro sembramos nosotros bienes espirituales, ¿qué mucho que recojamos vuestros bienes materiales? Si otros tienen derecho a participar de vuestros bienes, ¿cuánto más lo tendremos nosotros? Con todo, no hemos hecho uso de este derecho. Al contrario, hemos soportado toda clase de privaciones para no crear obstáculos al Evangelio de Cristo. ¿No sabéis que quienes se ocupan en el servicio de Dios se mantienen del santuario; y que los que sirven al altar toman parte de las oblaciones del altar?
Eso mismo dispuso el Señor para los que van anunciando el mensaje evangélico: Que vivan del Evangelio.
Por lo que a mí se refiere, no me he aprovechado de este derecho; ni escribo esto para hacerlo valer. ¡Prefiero antes morir que...! No. Que no me quite nadie esta gloria. En verdad, anunciar el Evangelio no es para mí un motivo para que pueda gloriarme, pues es obligación que pesa sobre mí. Y ¡ay de mí si no anunciara la Buena Nueva! Si lo hago espontáneamente, recibo mi salario; pero, si no lo hago espontáneamente, soy como esclavo que ejerce una comisión. ¿En qué consiste, pues, mi salario? En que, al anunciar la Buena Nueva, doy gratuitamente la palabra evangélica, sin hacer valer mis derechos por la evangelización.
RESPONSORIO Hch 20, 33-34; cf. 1Co 9, 12
R. A nadie le he pedido dinero, oro ni ropa. * Bien sabéis que estas manos han ganado lo necesario para mí y mis compañeros.
V. No hemos hecho uso de nuestro derecho; al contrario, hemos soportado toda clase de privaciones para no crear obstáculos al Evangelio de Cristo.
R. Bien sabéis que estas manos han ganado lo necesario para mí y mis compañeros.
SEGUNDA LECTURA
De los Comentarios de san Ambrosio, obispo, sobre los salmos.
(Salmo 36, 65-66: CSEL 64, 123-125)
ABRE TU BOCA A LA PALABRA DE DIOS
En todo momento tu corazón y tu boca deben meditar la sabiduría, y tu lengua proclamar la justicia, siempre debes llevar en el corazón la ley de tu Dios. Por esto te dice la Escritura: Hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado. Hablemos, pues, del Señor Jesús, porque él es la sabiduría, él es la palabra, y Palabra de Dios.
Porque también está escrito: Abre tu boca a la palabra de Dios. Por él anhela quien repite sus palabras y las medita en su interior. Hablemos siempre de él. Si hablamos de sabiduría, él es la sabiduría; si de virtud, él es la virtud; si de justicia, él es la justicia; si de paz, él es la paz; si de la verdad, de la vida, de la redención, él es todo esto.
Está escrito: Abre tu boca a la palabra de Dios. Tú ábrela, que él habla. En este sentido dijo el salmista: Voy a escuchar lo que dice el Señor, y el mismo Hijo de Dios dice: Abre tu boca y yo la saciaré. Pero no todos pueden percibir la sabiduría en toda su perfección, como Salomón o Daniel; a todos sin embargo se les infunde, según su capacidad, el espíritu de sabiduría, con tal de que tengan fe. Si crees, posees el espíritu de sabiduría.
Por esto, medita y habla siempre las cosas de Dios, estando en casa. Por la palabra casa podemos entender la iglesia o, también, nuestro interior, de modo que hablemos en nuestro interior con nosotros mismos. Habla con prudencia, para evitar el pecado, no sea que caigas por tu mucho hablar. Habla en tu interior contigo mismo como quien juzga. Habla cuando vayas de camino, para que nunca dejes de hacerlo. Hablas por el camino si hablas en Cristo, porque Cristo es el camino. Por el camino, háblate a ti mismo, habla a Cristo. Atiende cómo tienes que hablarle: Quiero —dice— que los hombres oren en todo lugar levantando al cielo las manos purificadas, limpias de ira y de altercados. Habla, oh hombre, cuando te acuestes, no sea que te sorprenda el sueño de la muerte. Atiende cómo debes hablar al acostarte: No daré sueño a mis ojos, ni reposo a mis párpados, hasta que encuentre un lugar para el Señor, una morada para el Fuerte de Jacob. Cuando te levantes, habla también de él, y cumplirás así lo que se te manda. Fíjate cómo te despierta Cristo. Tu alma dice: Oigo a mi amado que me llama, y Cristo responde: Ábreme, amada mía. Ahora ve cómo despiertas tú a Cristo. El alma dice: ¡Muchachas de Jerusalén, os conjuro a que no vayáis a molestar, a que no despertéis al amor! El amor es Cristo.
RESPONSORIO 1Co 1, 30-31; Jn 1. 16
R. Cristo Jesús ha sido hecho por Dios para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención; * y así —como dice la Escritura— «el que se gloría, que se gloríe en el Señor».
V. De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia.
R. Y así —como dice la Escritura— «el que se gloría, que se gloríe en el Señor».
ORACIÓN.
OREMOS,
Oh Dios, has prometido permanecer con los rectos y sinceros de corazón; concédenos vivir de tal manera que merezcamos tenerte siempre con nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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