viernes, 23 de septiembre de 2022

LITURGIA DE LAS HORAS - OFICIO DE LECTURA



TIEMPO ORDINARIO
SÁBADO DE LA SEMANA XXV
Del Común de la santísima Virgen María. Salterio I

24 de septiembre

OFICIO DE LECTURA

INVITATORIO

Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Venid, adoremos a Cristo, Hijo de María Virgen.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: LUCERO DE LA MAÑANA

Lucero de la mañana,
norte que muestra el camino,
cuando turba de continuo
nuestro mar la tramontana.
Quien tanta grandeza explica
sin alas puede volar,
porque no podrá alabar
a la que es más santa y rica.

Sois pastora de tal suerte,
que asegurais los rebaños
de mortandades y daños,
dando al lobo cruda muerte.
Dais vida a quien se os aplica,
y en los cielos y en la tierra
librais las almas de guerra,
como poderosa y rica.

Si vuestro ejemplo tomasen
las pastoras y pastores,
yo fío que de dolores
para siempre se librasen.
Tanto Dios se os comunica,
que sin fin os alabamos,
y más cuando os contemplamos
en el mundo la más rica. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Quien se haga pequeño como un niño, ése es el más grande en el reino de los cielos.

Salmo 130 - COMO UN NIÑO, ISRAEL SE ABANDONÓ EN LOS BRAZOS DE DIOS

Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.

Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Quien se haga pequeño como un niño, ése es el más grande en el reino de los cielos.

Ant 2. Dios mío, con alegre y sincero corazón te lo he entregado todo.

Salmo 131 I - PROMESAS A LA CASA DE DAVID.

Señor, tenle en cuenta a David
todos sus afanes:
cómo juró al Señor
e hizo voto al Fuerte de Jacob:

«No entraré bajo el techo de mi casa,
no subiré al lecho de mi descanso,
no daré sueño a mis ojos,
ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob.»

Oímos que estaba en Efrata,
la encontramos en el Soto de Jaar:
entremos en su morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies.

Levántate, Señor, ven a tu mansión,
ven con el arca de tu poder:
que tus sacerdotes se vistan de gala,
que tus fieles te aclamen.
Por amor a tu siervo David,
no niegues audiencia a tu Ungido.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dios mío, con alegre y sincero corazón te lo he entregado todo.

Ant 3. El Señor ha jurado a David una promesa: «Tu reino permanecerá eternamente.»

Salmo 131 II.

El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractará:
«A uno de tu linaje
pondré sobre tu trono.

Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandatos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono.»

Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella:
«Ésta es mi mansión por siempre,
aquí viviré, porque la deseo.

Bendeciré sus provisiones,
a sus pobres los saciaré de pan;
vestiré a sus sacerdotes de gala,
y sus fieles aclamarán con vítores.

Haré germinar el vigor de David,
enciendo una lámpara para mi Ungido.
A sus enemigos los vestiré de ignominia,
sobre él brillará mi diadema.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor ha jurado a David una promesa: «Tu reino permanecerá eternamente.»

V. Venid a ver las obras del Señor.
R. Las maravillas que hace en la tierra.

PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobit 10, 8—11, 18

TOBÍAS REGRESA A CASA DE SU PADRE

Cuando pasaron los catorce días de fiesta que Ragüel había jurado hacer a su hija por la boda, Tobías fue a decirle:
«Déjame marchar, porque estoy seguro de que mi padre y mi madre piensan que no volverán a verme. Te ruego, padre, que me dejes marchar a mi casa. Ya te dije en qué situación los dejé.»
Ragüel respondió:
«Quédate, hijo, quédate conmigo. Yo mandaré un correo a tu padre, Tobit, con noticias tuyas.»
Pero Tobías repuso:
«No, no. Por favor, déjame volver a mi casa.»
Entonces, Ragüel, sin más, entregó a Tobías su mujer, Sara, y la mitad de sus bienes, criados y criadas, vacas y ovejas, burros y camellos, ropa, dinero y vajilla. Los despidió sanos y salvos, diciéndole a Tobías:
«Salud, hijo. Que tengas buen viaje. El Señor del cielo os guíe, a ti y a tu mujer, Sara. A ver si antes de morirme puedo ver a vuestros hijos.»
Luego, dijo a su hija Sara:
«Ve a casa de tu suegro. Desde ahora, ellos son tus padres, como los que te hemos dado la vida. ¡Ojalá puedas honrarlos mientras vivan! Vete en paz, hija. A ver si mientras vivo no oigo más que buenas noticias tuyas.»
Los abrazó y los dejó marchar. Edna se despidió de Tobías:
«Hijo y pariente querido, que el Señor te lleve a casa. A ver si antes de morirme puedo ver a vuestros hijos. Delante de Dios te confío a mi hija, Sara. No la disgustes nunca. Anda en paz, hijo. Desde ahora yo soy tu madre, y Sara es tu hermana. ¡Ojalá viviéramos todos juntos toda la vida! »
Los besó y los despidió sanos y salvos. Así marchó Tobías de casa de Ragüel, sano y salvo, alegre y alabando al Señor de cielo y tierra, rey del universo, por el éxito del viaje. Cuando estaban cerca de Caserín, frente a Nínive, dijo Rafael:
«Tú sabes en qué situación quedó tu padre. Vamos a adelantarnos a tu mujer, para preparar la casa mientras llegan los demás.»
Caminaron los dos juntos, y Rafael le dijo:
«Ten a mano la hiel.»
El perro fue detrás de ellos. Ana estaba sentada, oteando el camino por donde tenía que llegar su hijo. Tuvo el presentimiento de que llegaba, y dijo al padre:
«Mira, viene tu hijo con su compañero.»
Rafael dijo a Tobías antes de llegar a casa:
«Estoy seguro de que tu padre recuperará la vista. Úntale los ojos con la hiel del pez; el remedio hará que las manchas de los ojos se contraigan y se le desprendan. Tu padre recobrará la vista y verá la luz.»
Ana fue corriendo a arrojarse al cuello de su hijo, diciéndole:
«Te veo, hijo, ya puedo morirme.»
Y se echó a llorar. Tobit se puso en pie, y, tropezando, salió por la puerta del patio. Tobías fue hacia él con la hiel del pez en la mano; le sopló en los ojos, le asió la mano y le dijo:
«Ánimo, padre.»
Le echó el remedio, se lo aplicó, y luego con las dos manos le quitó como una piel de los lagrimales. Tobit se le arrojó al cuello llorando, mientras decía: «Te veo, hijo, luz de mis ojos.»
Luego, añadió:
«Bendito sea Dios, bendito su gran nombre, benditos todos sus santos ángeles. Que su nombre glorioso nos proteja. Porque, si antes me castigó, ahora veo a mi hijo, Tobías.»
Tobías entró en casa contento y bendiciendo a Dios a voz en cuello. Luego, le contó a su padre lo bien que les había salido el viaje: traía el dinero y se había casado con Sara, la hija de Ragüel:
«Está ya cerca, a las puertas de Nínive.»
Tobit salió al encuentro de su nuera, hacia las puertas de Nínive. Iba contento y bendiciendo a Dios; y los ninivitas, al verlo caminar con paso firme y sin ningún lazarillo, se sorprendían. Tobit les confesaba abiertamente que Dios había tenido misericordia y le había devuelto la vista. Cuando llegó cerca de Sara, mujer de su hijo, Tobías, la bendijo, diciendo:
«¡Bienvenida, hija! Bendito sea tu Dios, que te ha traído aquí. Bendito sea tu padre, bendito mi hijo, Tobías, y bendita tú, hija. ¡Bienvenida a ésta tu casa! Que goces de alegría y bienestar. Entra, hija.».

RESPONSORIO    Tb 12, 8-9; Lc 11, 41

R. Buena es la oración con el ayuno, y la limosna generosa vale más que la riqueza adquirida injustamente. * Porque la limosna libra de la muerte, hace alcanzar misericordia y obtiene la vida eterna.
V. Dad de limosna lo que poseéis, y con eso tendréis todo purificado.
R. Porque la limosna libra de la muerte, hace alcanzar misericordia y obtiene la vida eterna.

SEGUNDA LECTURA

De los Sermones del beato Elredo, abad
(Sermón 20, En la Natividad de la Virgen María: PL 195, 322-324)

MARÍA, MADRE NUESTRA

Acudamos a la que es su esposa, su madre, su perfecta esclava. Todo esto es María.

Pero, ¿qué haremos en su presencia? ¿Qué presentes le ofreceremos? ¡Ojalá pudiéramos, por lo menos, devolverle lo que le debemos en justicia! Le debemos honor, servicio, amor, alabanza. Le debemos honor, porque es madre de nuestro Señor. Pues el que no honra a la madre, sin duda deshonra al hijo. Y la Escritura dice: Honra a tu padre y a tu madre.

¿Qué más diremos, hermanos? ¿No es ella nuestra madre? Ciertamente, hermanos, es realmente madre nuestra, ya que por ella hemos nacido, no para el mundo, sino para Dios.

Nos hallábamos todos, como creéis y sabéis, en la muerte, en la caducidad, en las tinieblas, en la miseria. En la muerte, porque habíamos perdido al Señor; en la caducidad, porque estábamos sometidos a la corrupción; en las tinieblas, porque habíamos perdido la luz de la sabiduría, y así estábamos totalmente perdidos.

Mas, por María, hemos nacido mucho mejor que por Eva, por el hecho de haber nacido de ella Cristo. En vez de la caducidad hemos recobrado la novedad, en vez de la corrupción la incorrupción, en vez de las tinieblas la luz.

Ella es madre nuestra, madre de nuestra vida, de nuestra incorrupción, de nuestra luz. Dice el Apóstol, refiriéndose a nuestro Señor: Dios lo ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención.

Ella, pues, por ser madre de Cristo, es madre de nuestra sabiduría, de nuestra justicia, de nuestra santificación, de nuestra redención. Por ello es más madre nuestra que la misma madre carnal, ya que nuestro nacimiento de ella es superior; de ella, en efecto, procede nuestra santidad, nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación, nuestra redención.

Dice la Escritura: Alabad a Dios por sus santos. Si hemos de alabar a nuestro Señor por sus santos, a través de los cuales realiza portentos y milagros, ¡cuánto más no hemos de alabarlo por aquella en la cual se hizo a sí mismo aquel que es admirable sobre todo lo admirable!

RESPONSORIO    

R. Dichosa eres, santa Virgen María, y digna de toda alabanza. * De ti nació el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios, por quien hemos sido salvados y redimidos.
V. Celebremos con gozo esta fiesta de santa María Virgen.
R. De ti nació el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios, por quien hemos sido salvados y redimidos.

ORACIÓN.

OREMOS,
Señor, Dios nuestro, en tu admirable providencia quisiste que la Madre de tu único Hijo experimentase las angustias y los sufrimientos humanos; por la intercesión de María, consuelo de los afligidos y libertadora de los cautivos, concede a los que sufren cualquier modo de esclavitud la verdadera libertad de los hijos de Dios. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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