miércoles, 25 de mayo de 2022

LITURGIA DE LAS HORAS - OFICIO DE LECTURA



TIEMPO PASCUAL
JUEVES DE SEMANA VI
Del Común de pastores para un santo presbítero. Salterio II

26 de mayo

OFICIO DE LECTURA

INVITATORIO

Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: PUERTA DE DIOS EN EL REDIL HUMANO

Puerta de Dios en el redil humano
fue Cristo, el buen Pastor que al mundo vino,
glorioso va delante del rebaño,
guiando su marchar por buen camino.

Madero de la cruz es su cayado,
su voz es la verdad que a todos llama,
su amor es el del Padre, que le ha dado
Espíritu de Dios, que a todos ama.

Pastores del Señor son sus ungidos,
nuevos cristos de Dios, son enviados
a los pueblos del mundo redimidos;
del único Pastor siervos amados.

La cruz de su Señor es su cayado,
la voz de la verdad es su llamada,
los pastos de su amor, fecundo prado,
son vida del Señor que nos es dada. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Nos diste, Señor, la victoria sobre el enemigo; por eso damos gracias a tu nombre. Aleluya.

Salmo 43 I ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS QUE SUFRE ENTREGADO A SUS ENEMIGOS

¡Oh Dios!, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.

Tú mismo, con tu mano, desposeíste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.

Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria;
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.

Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.

Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.

Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nos diste, Señor, la victoria sobre el enemigo; por eso damos gracias a tu nombre. Aleluya.

Ant 2. Perdónanos, Señor, y no entregues tu heredad al oprobio.

Salmo 43 II

Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.

Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dispersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.

Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.

Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Perdónanos, Señor, y no entregues tu heredad al oprobio.

Ant 3. Levántate, Señor, y redímenos por tu misericordia. Aleluya.

Salmo 43 III

Todo esto nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón
ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.

Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.

Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?

Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Levántate, Señor, y redímenos por tu misericordia. Aleluya.

V. En tu resurrección, oh Cristo. Aleluya.
R. El cielo y la tierra se alegran. Aleluya.

PRIMERA LECTURA

De los Hechos de los apóstoles 22, 22 - 23, 11

PABLO ANTE EL CONSEJO DE ANCIANOS

En aquellos días, los judíos que estaban escuchando a Pablo comenzaron a gritar:
«¡Muera, muera ese infame!; que no merece vivir.» y como continuaban con sus gritos, agitando con furia los mantos y tirando tierra al aire, mandó el tribuno que lo introdujesen en la fortaleza; al mismo tiempo, ordenó que le aplicasen el tormento para tomarle declaración y averiguar la causa de aquel alboroto que se levantaba contra Pablo. Así que lo sujetaron con correas para azotarlo, dijo Pablo al centurión que estaba presente:

«¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano, y además sin haberlo juzgado siquiera?» Ante estas palabras, corrió el centurión a comunicarlo al tribuno, diciéndole:
«¿Qué vas a hacer? Este hombre es ciudadano romano.»
Acudió en seguida el tribuno y preguntó a Pablo:
«Dime, ¿eres tú ciudadano romano?» Él contestó:
«Sí.»
Y el tribuno añadió:
«Una fuerte suma me costó esta ciudadanía.»
Pablo le replicó:
«Pues yo la tengo por nacimiento.»

Al instante se retiraron los que iban a aplicarle tormento para tomarle declaración; y el mismo tribuno cobró miedo, al darse cuenta de que era ciudadano romano y que lo había hecho encadenar. Al día siguiente, queriendo saber con certeza de qué le acusaban los judíos, hizo quitar las cadenas a Pablo y ordenó que se reuniesen los sacerdotes y el Consejo de ancianos en pleno. Luego bajó a Pablo y lo hizo comparecer ante ellos. Pablo, con los ojos fijos en el Consejo, dijo:

«Hermanos, hasta hoy yo siempre me he portado con toda rectitud de conciencia ante Dios.»
El sumo sacerdote Ananías mandó a los que estaban junto a él que lo hiriesen en la boca. Pablo entonces, dirigiéndose a él, exclamó:
«Dios te herirá a ti, pared blanqueada. ¿Con que te sientas para juzgarme según la ley y, violando tú la ley, mandas que me hieran?»
Los presentes exclamaron:
«¿Así insultas al sumo sacerdote de Dios?»

Pablo contestó:
«Hermanos, no sabía que era el sumo sacerdote. Pues dice la Escritura: "No insultarás al príncipe de tu pueblo."»
Luego, conociendo Pablo que una parte del Consejo eran saduceos y la otra fariseos, exclamó en alta voz en medio de la asamblea:
«Hermanos, yo soy fariseo e hijo de fariseos. Por defender mi esperanza en la resurrección de los muertos me encuentro ahora procesado.»
Ante estas palabras, se originó una discusión entre saduceos y fariseos, y se dividió la asamblea. Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus; los fariseos, en cambio, profesan lo uno y lo otro. En medio de un gran griterío, se levantaron algunos doctores de la secta de los fariseos y aumentaron la violenta polémica, protestando:

«No hallamos culpa alguna en este hombre. ¿Y quién sabe si le ha hablado algún espíritu o algún ángel?»
Como el alboroto iba creciendo, temió el tribuno que despedazasen a Pablo; entonces, ordenó que bajase la tropa y que, sacando a Pablo de en medio de ellos, lo llevase a la fortaleza. A la noche siguiente, el Señor se apareció a Pablo y le dijo:
«Ten ánimo. Como has dado testimonio de mí en Jerusalén, has de darlo también en Roma.»

RESPONSORIO    Cf. Hch 23, 11; 26, 18b

R. Dijo el Señor: «Ten ánimo. Como has dado testimonio de mí en Jerusalén, * has de dar testimonio en Roma.» Aleluya.
V. Para que por la fe en mí reciban el perdón de los pecados y su parte en la herencia de los justos.
R. Has de dar testimonio en Roma. Aleluya.

SEGUNDA LECTURA

De los Sermones de san Agustín, obispo
(Sermón 171, 1-3. 5: PL 38, 933-935)

ESTAD SIEMPRE ALEGRES EN EL SEÑOR

El Apóstol nos manda estar alegres, pero en el Señor, no en el mundo. Porque, como dice la Escritura, quien pretende ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. Así como el hombre no puede servir a dos señores, así también nadie puede estar alegre en el mundo y en el Señor.

Por lo tanto, que prevalezca el gozo en el Señor y que se extinga el gozo en el mundo. El gozo en el Señor debe ir creciendo continuamente, mientras que el gozo en el mundo debe ir disminuyendo hasta extinguirse. Esto no debe entenderse en el sentido de que no debemos alegrarnos mientras estamos en el mundo, sino que es una exhortación a que, aun viviendo en el mundo, nos alegremos ya en el Señor.

Pero alguno dirá: «Estoy en el mundo y, por lo tanto, si me alegro no puedo dejar de hacerlo en el lugar en que estoy.» A este tal yo le respondería: «¿Es que por estar en el mundo no estás en el Señor?» Atiende cómo el mismo Apóstol, hablando a los atenienses, como nos refieren los Hechos de los apóstoles, les decía respecto al Dios y Señor creador nuestro: En él vivimos, nos movemos y existimos. ¿Habrá algún lugar en que no esté aquel que está en todas partes? ¿No es éste el sentido de su exhortación, cuando dice: El Señor está cerca; no os inquietéis por cosa alguna?

Gran cosa es ésta, que el mismo que asciende a lo más alto de los cielos continúa cercano a los que viven en la tierra. ¿Quién es éste, lejano y próximo a la vez, sino aquel que por su misericordia se nos hizo cercano?

En efecto, todo el género humano está representado en aquel hombre al que unos ladrones habían dejado tendido en el camino, medio muerto, junto al cual pasaron un sacerdote y un levita sin atenderlo, y al que se acercó para curarlo y socorrerlo el samaritano que pasó junto a él. Aquel que por su condición de inmortal y justo se hallaba tan alejado de nosotros, mortales y pecadores, descendió a nosotros y se hizo cercano a nosotros.

En efecto, no nos trata como merecen nuestros pecados; y esto porque somos hijos. ¿Cómo lo demostramos? El, el Hijo único, murió por nosotros para dejar de ser único. Murió él solo porque no quería ser él solo. El que era Hijo único de Dios hizo a muchos otros también hijos de Dios. Al precio de su sangre se compró una multitud de hermanos, con su reprobación los hizo probos, fue vendido para redimirlos, injuriado para hacerlos honorables, muerto para darles vida.

Así pues, hermanos, estad alegres en el Señor, no en el mundo, es decir: alegraos en la verdad, no en la iniquidad; alegraos en la esperanza de la eternidad, no en la flor pasajera de la vanidad. Ésta debe ser vuestra alegría; y, en cualquier lugar en que estéis y todo el tiempo que aquí estéis, el Señor está cerca; no os inquietéis por cosa alguna.

RESPONSORIO    2Co 13, 11; Rm 15, 13

R. Hermanos, alegraos, trabajad por vuestra perfección, alentaos unos a otros, tened un mismo sentir y vivid en paz; * y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.
V. El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en la práctica de vuestra fe.
R. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.

ORACIÓN.

OREMOS,
Señor Dios nuestro, que nunca dejas de glorificar la santidad de quienes con fidelidad te sirven, haz que el fuego del Espíritu Santo nos encienda en aquel mismo ardor que tan maravillosamente inflamó el corazón de san Felipe Neri. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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