TIEMPO ORDINARIO
MIÉRCOLES DE LA SEMANA XIX
Del Común de vírgenes. Salterio III
11 de agosto
Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. Venid, adoremos al Cordero, al Esposo acompañado por el cortejo de vírgenes.
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: ESTA MUJER NO QUISO
Esta mujer no quiso
tomar varón ni darle su ternura,
selló su compromiso
con otro amor que dura
sobre el amor de toda criatura.
Y tanto se apresura
a zaga de la huella del Amado,
que en él se transfigura,
y el cuerpo anonadado
ya está por el amor resucitado.
Aquí la Iglesia canta
la condición futura de la historia,
y el cuerpo se adelanta
en esta humilde gloria
a la consumación de su victoria.
Mirad los regocijos
de la que por estéril sollozaba
y se llenó de hijos,
porque el Señor miraba
la pequeñez humilde de su esclava. Amén.
SALMODIA
Ant 1. La misericordia y la fidelidad te preceden, Señor.
Salmo 88, 2-38 I - HIMNO AL DIOS FIEL A LAS PROMESAS HECHAS A DAVID
Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Pues dijiste: «Cimentado está por siempre mi amor,
asentada más que el cielo mi lealtad.»
Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
«Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades.»
El cielo proclama tus maravillas, Señor,
y tu fidelidad, en la asamblea de los ángeles.
¿Quién sobre las nubes se compara a Dios?
¿Quién como el Señor entre los seres divinos?
Dios es temible en el consejo de los ángeles,
es grande y terrible para toda su corte.
Señor de los ejércitos, ¿quién como tú?
El poder y la fidelidad te rodean.
Tú domeñas la soberbia del mar
y amansas la hinchazón del oleaje;
tú traspasaste y destrozaste a Rahab,
tu brazo potente desbarató al enemigo.
Tuyo es el cielo, tuya es la tierra;
tú cimentaste el orbe y cuanto contiene;
tú has creado el norte y el sur,
el Tabor y el Hermón aclaman tu nombre.
Tienes un brazo poderoso:
fuerte es tu izquierda y alta tu derecha.
Justicia y derecho sostienen tu trono,
misericordia y fidelidad te preceden.
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará, ¡oh Señor!, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo.
Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo,
y el Santo de Israel nuestro rey.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. La misericordia y la fidelidad te preceden, Señor.
Ant 2. El Hijo de Dios nació según la carne de la estirpe de David.
Salmo 88, 2-38 II
Un día hablaste en visión a tus amigos:
«He ceñido la corona a un héroe,
he levantado a un soldado sobre el pueblo.»
Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado;
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso;
no lo engañará el enemigo
ni los malvados lo humillarán;
ante él desharé a sus adversarios
y heriré a los que lo odian.
Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán,
por mi nombre crecerá su poder:
extenderé su izquierda hasta el mar,
y su derecha hasta el Gran Río.
Él me invocará: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora»;
y yo lo nombraré mi primogénito,
excelso entre los reyes de la tierra.
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable;
le daré una posteridad perpetua
y un trono duradero como el cielo.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. El Hijo de Dios nació según la carne de la estirpe de David.
Ant 3. Juré una vez a David, mi siervo: «Tu linaje será perpetuo.»
Salmo 88, 2-38 III
Si sus hijos abandonan mi ley
y no siguen mis mandamientos,
si profanan mis preceptos
y no guardan mis mandatos,
castigaré con la vara sus pecados
y a latigazos sus culpas;
pero no les retiraré mi favor
ni desmentiré mi fidelidad,
no violaré mi alianza
ni cambiaré mis promesas.
Una vez juré por mi santidad
no faltar a mi palabra con David:
«Su linaje será perpetuo,
y su trono como el sol en mi presencia,
como la luna, que siempre permanece:
su solio será más firme que el cielo.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Juré una vez a David, mi siervo: «Tu linaje será perpetuo.»
V. La explicación de tus palabras ilumina.
R. Da inteligencia a los ignorantes.
PRIMERA LECTURA
Del segundo libro de los Reyes 6, 24-25. 32--7, 16
SAMARIA ES LIBRADA MILAGROSAMENTE DEL ASEDIO
En aquellos días, Benadad, rey de Siria, movilizó todo su ejército y cercó Samaria. Hubo un hambre terrible en Samaria. El asedio fue tan duro, que un asno llegó a valer ochenta pesos de plata, y un cuartillo de algarroba cinco pesos de plata.
Eliseo estaba sentado en su casa con los ancianos. El rey le envió un mensajero, pero antes de que llegara, dijo Eliseo a los ancianos:
«¡Vais a ver cómo ese asesino ha mandado uno a cortarme la cabeza! Mirad, cuando llegue, atrancad la puerta y no lo dejéis pasar; detrás de él se oyen las pisadas de su señor.»
Todavía estaba hablando, cuando apareció el rey, que bajó hacia él y le dijo:
«Esta desgracia nos la manda el Señor. ¿Qué puedo esperar de él?»
Eliseo respondió:
«Oye la palabra del Señor. Así dice el Señor: "Mañana a estas horas una fanega de flor de harina valdrá un real, y dos fanegas de cebada un real, en el mercado de Samaria."»
El valido del rey, que ofrecía su brazo al soberano, le replicó:
«Suponiendo que el Señor abriese las compuertas del cielo, ¿se cumpliría esa profecía?»
Eliseo le respondió:
«¡Lo verás con tus ojos, pero no lo comerás!»
Junto a la entrada de la ciudad había cuatro hombres leprosos. Y se dijeron:
«¿Qué hacemos aquí esperando la muerte? Si nos decidimos a entrar en la ciudad, moriremos dentro, porque aprieta el hambre; y, si nos quedamos aquí, moriremos lo mismo. ¡Venga, vamos a pasarnos a los sirios!
Si nos dejan con vida, viviremos; y, si nos matan, nos mataron.»
Al oscurecer se pusieron en camino hacia el campamento sirio. Llegaron a las avanzadas del campamento, y allí no había nadie. Es que el Señor había hecho oír al ejército sirio un fragor de carros y caballos, el fragor de un ejército poderoso, y se habían dicho unos a otros: «El rey de Israel ha pagado a los reyes hititas y a los egipcios para atacarnos.» Y así, al oscurecer, abandonando tiendas, caballos, burros y el campamento tal como estaba, emprendieron la fuga para salvar la vida. Los leprosos llegaron a las avanzadas del campamento; entraron en una tienda, comieron y bebieron, se llevaron plata, oro y ropa, y fueron a esconderlo. Luego volvieron, entraron en otra tienda, se llevaron más cosas de allí y fueron a esconderlas. Pero comentaron:
«Estamos haciendo algo que no está bien. Hoy es un día de alegría. Si nos callamos y esperamos a que amanezca, resultaremos culpables. ¡Venga! Vamos al palacio a avisar.»
Al llegar, llamaron a los centinelas de la ciudad y les informaron:
«Hemos ido al campamento sirio, y allí no hay nadie ni se oye a nadie; sólo caballos atados, burros atados y las tiendas tal como estaban.»
Los centinelas gritaron, transmitiendo la noticia al interior del palacio. El rey se levantó de noche y comentó con sus ministros:
«Voy a deciros lo que nos han organizado los sirios: como saben que pasamos hambre se han ido del campamento a esconderse en descampado, pensando que cuando salgamos nos cogerán vivos y entrarán en la ciudad.»
Entonces uno de los ministros propuso:
«Que cojan cinco caballos de los que quedan en la ciudad, y los mandamos a ver qué pasa; total, si se salvan, serán como la tropa que todavía vive; si mueren, serán como los que ya han muerto.»
Eligieron dos jinetes, y el rey les mandó seguir al ejército sirio, encargándoles:
«Id a ver qué pasa.»
Ellos los siguieron hasta el Jordán: todo el camino estaba sembrado de ropa y material abandonado por los sirios al huir a toda prisa. Volvieron a informar al rey.
Y entonces toda la gente salió a saquear el campamento sirio. Y una fanega de flor de harina se pagó a un real, y dos de cebada a un real, como había dicho el Señor.
RESPONSORIO Cf. 2R 7, 2; cf. Mc 11, 23
R. El valido del rey replicó a Eliseo: «¿Se cumplirá esa profecía?» Le respondió: * «Lo verás con tus ojos.»
V. Si alguno pide algo en la oración y, sin dudar en su corazón, cree que ha de suceder lo que dice, yo os aseguro que eso sucederá.
R. Lo verás con tus ojos.
SEGUNDA LECTURA
De la Carta de santa Clara, virgen, a la santa Inés de Praga
(Escritos de santa Clara, edición Ignacio Omaechevarría. Madrid 1970, pp. 339-341)
ATIENDE A LA POBREZA, LA HUMILDAD Y LA CARIDAD DE CRISTO.
Dichoso, en verdad, aquel a quien le es dado alimentarse en el sagrado banquete y unirse en lo íntimo de su corazón a aquel cuya belleza admiran sin cesar las multitudes celestiales, cuyo afecto produce afecto, cuya contemplación da nueva fuerza, cuya benignidad sacia, cuya suavidad llena el alma, cuyo recuerdo ilumina suavemente, cuya fragancia retornará los muertos a la vida y cuya visión gloriosa hará felices a los ciudadanos de la Jerusalén celestial: él es el brillo de la gloria eterna, un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha, el espejo que debes mirar cada día, oh reina, esposa de Jesucristo, y observar en él reflejada tu faz, para que así te vistas y adornes por dentro y por fuera con toda la variedad de flores de las diversas virtudes, que son las que han de constituir tu vestido y tu adorno, como conviene a una hija y esposa castísima del Rey supremo. En este espejo brilla la dichosa pobreza, la santa humildad y la inefable caridad, como puedes observar si, con la gracia de Dios, vas recorriendo sus diversas partes.
Atiende al principio de este espejo, quiero decir a la pobreza de aquel que fue puesto en un pesebre y envuelto en pañales. ¡Oh admirable humildad, oh pasmosa pobreza! El Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra es reclinado en un pesebre. En el medio del espejo considera la humildad, al menos la dichosa pobreza, los innumerables trabajos y penalidades que sufrió por la redención del género humano. Al final de este mismo espejo contempla la inefable caridad por la que quiso sufrir en la cruz y morir en ella con la clase de muerte más infamante. Este mismo espejo, clavado en la cruz, invitaba a los que pasaban a estas consideraciones, diciendo: ¡Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante a mi dolor! Respondamos nosotros, a sus clamores y gemidos, con una sola voz y un solo espíritu: Mi alma lo recuerda y se derrite de tristeza dentro de mi. De este modo, tu caridad arderá con una fuerza siempre renovada, oh reina del Rey celestial.
Contemplando además sus inefables delicias, sus riquezas y honores perpetuos, y suspirando por el intenso deseo de tu corazón, proclamarás: «Arrástrame tras de ti, y correremos atraídos por el aroma de tus perfumes, esposo celestial. Correré sin desfallecer, hasta que me introduzcas en la sala del festín, hasta que tu mano izquierda esté bajo mi cabeza y tu diestra me abrace felizmente y me beses con los besos deliciosos de tu boca.»
Contemplando estas cosas, dígnate acordarte de ésta tu insignificante madre, y sabe que yo tengo tu agradable recuerdo grabado de modo imborrable en mi corazón, ya que te amo más que nadie.
RESPONSORIO Sal 72, 26; Flp 3, 8. 9
R. Se consumen mi corazón y mi carne * por Dios, mi herencia eterna.
V. Lo perdí todo, con tal de ganar a Cristo y encontrarme unido a él.
R. Por Dios, mi herencia eterna.
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor, Dios nuestro, que concediste a santa Clara un gran amor por la pobreza evangélica, concédenos, por su intercesión, seguir a Cristo en la pobreza del espíritu y llegar a contemplarte en tu glorioso reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario