TIEMPO DE CUARESMA
LUNES DE LA SEMANA III
Propio del Tiempo. Salterio III
8 de marzo
Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.»
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Himno: ESTE LARGO MARTIRIO DE LA VIDA
Este largo martirio de la vida,
la fe tan viva y la esperanza muerta,
el alma desvelada y tan despierta
al dolor, y al consuelo tan dormida;
esta perpetua ausencia y despedida,
entrar el mal, cerrar tras sí la puerta,
con diligencia y gana descubierta
de que el bien no halle entrada ni salida;
ser los alivios más sangrientos lazos
y riendas libres de los desconciertos,
efectos son, Señor, de mis pecados,
de que me han de librar esos tus brazos
que para recibirme están abiertos
y por no castigarme están clavados. Amén.
SALMODIA
Ant. 1. Vendrá el Señor y no callará.
Salmo 49 I - LA VERDADERA RELIGIOSIDAD
El Dios de los dioses, el Señor, habla:
convoca la tierra de oriente a occidente.
Desde Sión, la hermosa, Dios resplandece:
viene nuestro Dios, y no callará.
Lo precede fuego voraz,
lo rodea tempestad violenta.
Desde lo alto convoca cielo y tierra,
para juzgar a su pueblo:
«Congregadme a mis fieles,
que sellaron mi pacto con un sacrificio.»
Proclame el cielo su justicia;
Dios en persona va a juzgar.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Vendrá el Señor y no callará.
Ant. 2. Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza.
Salmo 49 II
«Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte;
Israel, voy a dar testimonio contra ti;
-yo, el Señor, tu Dios-.
No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños;
pues las fieras de la selva son mías,
y hay miles de bestias en mis montes;
conozco todos los pájaros del cielo,
tengo a mano cuanto se agita en los campos.
Si tuviera hambre, no te lo diría;
pues el orbe y cuanto lo llena es mío.
¿Comeré yo carne de toros,
beberé sangre de cabritos?
Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza,
cumple tus votos al Altísimo
e invócame el día del peligro:
yo te libraré, y tú me darás gloria.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza.
Ant. 3. Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos.
Salmo 49 III
Dios dice al pecador:
«¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos?
Cuando ves un ladrón, corres con él;
te mezclas con los adúlteros;
sueltas tu lengua para el mal,
tu boca urde el engaño;
te sientas a hablar contra tu hermano,
deshonras al hijo de tu madre;
esto haces, ¿y me voy a callar?
¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré en cara.»
Atención los que olvidáis a Dios,
no sea que os destroce sin remedio.
El que me ofrece acción de gracias,
ése me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos.
V. Convertíos y creed la Buena Noticia.
R. Porque está cerca el reino de Dios.
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 2, 5-18
JESÚS, AUTOR DE LA SALVACIÓN, SE HA HECHO SEMEJANTE A SUS HERMANOS
Hermanos: Dios no sometió a los ángeles el mundo venidero, del cual estamos hablando. Ya lo testificó alguien en cierto lugar, cuando dijo: «¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él? ¿Quién es el hijo del hombre, para que te preocupes de él? Lo hiciste un poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y de honor, todo lo sometiste bajo sus pies.»
Y, si le sometió todas las cosas, no dejó nada sin someterlo a él. Es cierto, sin embargo, que al presente no vemos todavía que todo le esté sometido. Pero sí vemos a Jesús, a quien Dios puso momentáneamente bajo los ángeles, coronado de gloria y de honor por haber padecido la muerte. Así, por amorosa dignación de Dios, gustó la muerte en beneficio de todos.
Pues como quisiese Dios, por quien y para quien son todas las cosas, llevar un gran número de hijos a la gloria, convenía ciertamente que perfeccionase por medio del sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación, ya que tanto el que santifica como los que son santificados tienen un mismo origen. Por esta razón no se avergüenza de llamarlos hermanos, cuando dice: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos; cantaré en la asamblea tus loores.» Y también: «Pondré en él mi confianza.» Y en otro lugar: «Aquí estoy con mis hijos, los hijos que Dios me ha dado.»
Así pues, como los hijos participan de la carne y de la sangre, también él entró a participar de las mismas, para reducir a la impotencia, por su muerte, al que retenía el imperio de la muerte, es decir, al demonio, y librar a los que por temor a la muerte vivían toda su vida sometidos a esclavitud. Él no vino, ciertamente, en auxilio de los ángeles, sino en auxilio de la descendencia de Abraham. Por eso debía ser semejante en todo a sus hermanos, para poderse apiadar de ellos y ser fiel pontífice ante Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo. En efecto, habiendo sido él probado en el sufrimiento, puede ahora venir en ayuda de los que sufren la prueba.
RESPONSORIO Hb 2, 11. 17; Ba 3, 38
R. Tanto el que santifica como los que son santificados tienen un mismo origen; por eso Cristo debía ser semejante en todo a sus hermanos, * para poderse apiadar de ellos y ser su fiel pontífice.
V. Dios apareció en la tierra y convivió entre los hombres.
R. Para poderse apiadar de ellos y ser su fiel pontífice.
SEGUNDA LECTURA
De las Homilías de san Basilio Magno, obispo
(Homilía 20, Sobre la humildad, 3: PG 31, 530-531)
EL QUE SE GLORÍA, QUE SE GLORÍE EN EL SEÑOR
No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza.
Entonces, ¿en qué puede gloriarse con verdad el hombre? ¿Dónde halla su grandeza? Quien quiera gloriarse -continúa el texto sagrado-, que se gloríe de esto: de conocerme y comprender que soy el Señor.
En esto consiste la sublimidad del hombre, su gloria y su dignidad, en conocer dónde se halla la verdadera grandeza y adherirse a ella, en buscar la gloria que procede del Señor de la gloria. Dice, en efecto, el Apóstol: El que se gloria, que se gloríe en el Señor, afirmación que se halla en aquel fragmento: Cristo ha sido hecho por Dios para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención; y así -como dice la Escritura- «el que se gloría, que se gloríe en el Señor».
Por tanto, lo que hemos de hacer para gloriarnos de un modo perfecto e irreprochable en el Señor es no enorgullecernos de nuestra propia justicia, sino reconocer que en verdad carecemos de ella y que lo único que nos justifica es la fe en Cristo.
En esto precisamente se gloría Pablo, en despreciar su propia justicia y en buscar la que se obtiene por la fe y que procede de Dios, para así tener íntima experiencia de Cristo, del poder de su resurrección y de la comunión en sus padecimientos, reproduciendo en sí su muerte, con la esperanza de alcanzar la resurrección de entre los muertos.
Así caen por tierra toda altivez y orgullo. El único motivo que te queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo de esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en Cristo; de esta vida poseemos ya las primicias, es algo ya incoado en nosotros, puesto que vivimos en la gracia y en el don de Dios.
Y es el mismo Dios el que obra en nosotros haciendo que queramos y obremos movidos por lo que a él le agrada. Y es Dios también el que, por su Espíritu, nos revela su sabiduría, la que de antemano destinó para nuestra gloria. Dios nos da fuerzas y resistencia en nuestros trabajos. He trabajado con más afán que todos -dice Pablo-, aunque no yo, sino la gracia de Dios conmigo.
Dios saca del peligro más allá de toda esperanza humana. En nuestro interior -dice también el Apóstol- pensábamos que no nos quedaba otra cosa sino la muerte. Así lo permitió Dios para que no pusiésemos nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los muertos. Él nos libró entonces de tan inminente peligro de muerte y nos librará también ahora. Si, en él tenemos puesta la esperanza de que nos seguirá librando.
RESPONSORIO Sb 15, 3; Jn 17, 3
R. Señor, la perfecta justicia consiste en conocerte a ti; * Y reconocer tu poder es la raíz de la inmortalidad.
V. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo.
R. y reconocer tu poder es la raíz de la inmortalidad.
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor, purifica y protege siempre a tu Iglesia con tu constante misericordia y, ya que sin tu auxilio no puede vivir segura, dirígela siempre con tu protección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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