lunes, 25 de enero de 2021

LITURGIA DE LAS HORAS - OFICIO DE LECTURA



TIEMPO ORDINARIO
MARTES DE LA SEMANA III
Del común de pastores para un santo obispo. Salterio III

26 de enero

OFICIO DE LECTURA

INVITATORIO 

Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:

Ant. Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.

Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: PUERTA DE DIOS EN EL REDIL HUMANO

Puerta de Dios en el redil humano
fue Cristo, el buen Pastor que al mundo vino,
glorioso va delante del rebaño,
guiando su marchar por buen camino.

Madero de la cruz es su cayado,
su voz es la verdad que a todos llama,
su amor es el del Padre, que le ha dado
Espíritu de Dios, que a todos ama.

Pastores del Señor son sus ungidos,
nuevos cristos de Dios, son enviados
a los pueblos del mundo redimidos;
del único Pastor siervos amados.

La cruz de su Señor es su cayado,
la voz de la verdad es su llamada,
los pastos de su amor, fecundo prado,
son vida del Señor que nos es dada. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Salmo 88, 39-53 - IV: LAMENTACIÓN POR LA CAÍDA DE LA CASA DE DAVID

Tú, encolerizado con tu Ungido,
lo has rechazado y desechado;
has roto la alianza con tu siervo
y has profanado hasta el suelo su corona;

has derribado sus murallas
y derrocado sus fortalezas;
todo viandante lo saquea,
y es la burla de sus vecinos;

has sostenido la diestra de sus enemigos
y has dado el triunfo a sus adversarios;
pero a él le has embotado la espada
y no lo has confortado en la pelea;

has quebrado su cetro glorioso
y has derribado su trono;
has acortado los días de su juventud
y lo has cubierto de ignominia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Ant 2. Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.

Salmo 88, 39-53 - V

¿Hasta cuándo, Señor, estarás escondido
y arderá como un fuego tu cólera?
Recuerda, Señor, lo corta que es mi vida
y lo caducos que has creado a los humanos.

¿Quién vivirá sin ver la muerte?
¿Quién sustraerá su vida a la garra del abismo?
¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia
que por tu fidelidad juraste a David?

Acuérdate, Señor, de la afrenta de tus siervos:
lo que tengo que aguantar de las naciones,
de cómo afrentan, Señor, tus enemigos,
de cómo afrentan las huellas de tu Ungido.

Bendito el Señor por siempre. Amén, amén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.

Ant 3. Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.

Salmo 89 - BAJE A NOSOTROS LA BONDAD DEL SEÑOR

Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.

Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.

Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vigilia nocturna.

Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.

¡Cómo nos ha consumido tu cólera
y nos ha trastornado tu indignación!
Pusiste nuestras culpas ante ti,
nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
y nuestros años se acabaron como un suspiro.

Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.

¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,
quién ha sentido el peso de tu cólera?
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.

Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos;
por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.

Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
Que tus siervos vean tu acción,
y sus hijos tu gloria.

Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.

V. En ti, Señor, está la fuente viva.
R. Y tu luz nos hace ver la luz. 

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 9, 1-18

DIOS TIENE MISERICORDIA DE QUIEN QUIERE, Y CAUSA OBSTINACIÓN EN AQUEL QUE LE PARECE BIEN

Hermanos: Digo la verdad en nombre de Cristo, no miento; y testifica conmigo mi conciencia, inspirada por el Espíritu Santo: Tengo una gran tristeza y un suplicio continuo en mi corazón. ¡Ojalá fuese yo mismo anatema y apartado de Cristo por la salud de mis hermanos, deudos míos y de mi propia raza! Son ellos israelitas, de quienes es la adopción divina, la manifestación sensible de la presencia de Dios, las alianzas con él, la legislación de Moisés, el culto del templo y las promesas de Dios. De ellos son los patriarcas, y de ellos procede también Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas. Dios bendito por los siglos. Amén. 

Y no es que las promesas de Dios se hayan quedado sin cumplir; lo que sucede es que no todos los nacidos de Israel son el verdadero Israel; ni, por ser descendencia de Abraham, son todos hijos de Abraham, sino que: «Tu descendencia serán los hijos de Isaac.» Que quiere decir: No los que descienden por generación natural son hijos de Dios, sino sólo los hijos habidos en virtud de la promesa divina son tenidos como verdadera descendencia. Así suenan las palabras de la promesa: «Por este tiempo volveré y Sara tendrá un hijo.» Y no es esto sólo. Tenemos también el caso de Rebeca, que tuvo hijos sólo de nuestro padre Isaac. Pues bien, estos hijos no habían nacido todavía, ni habían hecho nada bueno ni malo; mas, para que continuase en vigor el decreto divino de elección, decreto que no depende de obras humanas, sino de la voluntad de Dios que llama, dijo Dios a Rebeca: «El mayor será siervo del menor.» Y dice así la Escritura: «He amado a Jacob, y he odiado a Esaú.» ¿Qué se sigue de aquí? ¿Que hay injusticia en Dios? De ninguna manera. Ya dijo él a Moisés: «Tendré misericordia con aquel que yo quiera, y tendré compasión con quien yo tenga a bien.» Por consiguiente, no es cosa del querer o del esfuerzo humano, sino de la misericordia de Dios. En la Escritura dice Dios al Faraón: «Precisamente con este objeto te he exaltado: para mostrar en ti mi poder y para dar a conocer mi nombre en toda la tierra.» Así que Dios
tiene misericordia de quien quiere, y causa obstinación en aquel que le parece bien.

RESPONSORIO    Rm 10, 12b-13; 15, 8-9a

R. Cristo es el mismo Señor de todos, rico para todos los que lo invocan; * pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.
V. Cristo consagró su ministerio al servicio de los judíos, por exigir la fidelidad de Dios el cumplimiento de las promesas hechas a los patriarcas; y por otra parte para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia.
R. Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.

SEGUNDA LECTURA

De las Homilías de san Juan Crisóstomo, obispo
(Homilía 2 sobre las alabanzas de san Pablo: PG 50, 480-484)

HE COMBATIDO BIEN MI COMBATE 

Pablo, encerrado en la cárcel, habitaba ya en el cielo, y recibía los azotes y heridas con un agrado superior al de los que conquistan el premio en los juegos; amaba los sufrimientos no menos que el premio, ya que estos mismos sufrimientos, para él, equivalían al premio; por esto, los consideraba como una gracia. Sopesemos bien lo que esto significa. El premio consistía ciertamente en partir para estar con Cristo; en cambio, quedarse en esta vida significaba el combate; sin embargo, el mismo anhelo de estar con Cristo lo movía a diferir el premio, llevado del deseo del combate, ya que lo juzgaba más necesario.

Comparando las dos cosas, el estar separado de Cristo representaba para él el combate y el sufrimiento, más aún, el máximo combate y el máximo sufrimiento. Por el contrario, estar con Cristo representaba el premio sin comparación; con todo, Pablo, por amor a Cristo, prefiere el combate al premio.

Alguien quizá dirá que todas estas dificultades él las tenía por suaves, por su amor a Cristo. También yo lo admito, ya que todas aquellas cosas, que para nosotros son causa de tristeza, en él engendraban el máximo deleite. Y ¿para qué recordar las dificultades y tribulaciones? Su gran aflicción le hacía exclamar: ¿Quién sufre angustias sin que yo las comparta? ¿Quién es impugnado por el enemigo sin que esté yo en ascuas?

Os ruego que no sólo admiréis, sino que también imitéis este magnífico ejemplo de virtud: así podremos ser partícipes de su corona.

Y si alguien se admira de esto que hemos dicho, a saber, que el que posea unos méritos similares a los de Pablo obtendrá una corona semejante a la suya, que atienda a las palabras del mismo Apóstol: He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, que el Señor, justo juez, me otorgará aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su venida. ¿Te das cuenta de cómo nos invita a todos a tener parte en su misma gloria?

Así pues, ya que a todos nos aguarda una misma corona de gloria, procuremos hacernos dignos de los bienes que tenemos prometidos.

Y no sólo debemos considerar en el Apóstol la magnitud y excelencia de sus virtudes y su pronta y robusta disposición de ánimo, por las que mereció llegar a un premio tan grande, sino que hemos de pensar también que su naturaleza era en todo igual a la nuestra; de este modo, las cosas más arduas nos parecerán fáciles y llevaderas y, esforzándonos en este breve tiempo de nuestra vida, alcanzaremos aquella corona incorruptible e inmortal, por la gracia y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el imperio ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

RESPONSORIO    1Tm 6, 11-12; Tt 2, 1

R. Como hombre de Dios que eres, corre al alcance de la justicia, de la piedad, de la fe, de la caridad, de la paciencia en el sufrimiento, de la dulzura. * Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna.
V. Enseña lo que es conforme a la sana doctrina.
R. Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna.

ORACIÓN.

OREMOS,
Señor Dios nuestro, que concediste a los santos Timoteo y Tito vivir de manera semejante a los apóstoles, haz que, ayudados por su intercesión, vivamos en este mundo justa y piadosamente y alcancemos después tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios. 

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