TIEMPO DE ADVIENTO
SÁBADO DE LA SEMANA III
Del Propio del día - Salterio III
19 de diciembre
Del Propio del día - Salterio III
19 de diciembre
Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. El Señor está cerca, venid adorémosle.
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: ALEGRÍA DE NIEVE
Alegría de nieve
por los caminos.
Todo espera la gracia
del Bien Nacido.
Miserables los hombres,
dura la tierra.
Cuanta más nieve cae,
más cielo cerca.
La tierra tan dormida
ya se despierta.
Y hasta el hombre más muerto
se despereza.
Ya los montes se allanan
y las colinas,
y el corazón del hombre
vuelve a la vida.
Gloria al Padre y al Hijo,
gloria al Espíritu,
que han mirado a la tierra
compadecidos. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Dad gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres.
Salmo 106 I - ACCIÓN DE GRACIAS: DIOS SALVA A SU PUEBLO DE LAS CRISIS POR LAS QUE PASA A TRAVÉS DE LA HISTORIA
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Que lo confiesen los redimidos por el Señor,
los que él rescató de la mano del enemigo,
los que reunió de todos los países:
norte y sur, oriente y occidente.
Erraban por un desierto solitario,
no encontraban el camino de ciudad habitada;
pasaban hambre y sed,
se les iba agotando la vida;
pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Los guió por un camino derecho,
para que llegaran a ciudad habitada.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Calmó el ansia de los sedientos,
y a los hambrientos los colmó de bienes.
Yacían en oscuridad y tinieblas,
cautivos de hierros y miserias;
por haberse rebelado contra los mandamientos,
despreciando el plan del Altísimo.
Él humilló su corazón con trabajos,
sucumbían y nadie los socorría.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Los sacó de las sombrías tinieblas,
arrancó sus cadenas.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Destrozó las puertas de bronce,
quebró los cerrojos de hierro.
Estaban enfermos, por sus maldades,
por sus culpas eran afligidos;
aborrecían todos los manjares,
y ya tocaban las puertas de la muerte.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Envió su palabra, para curarlos,
para salvarlos de la perdición.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Ofrézcanle sacrificios de alabanza,
y cuenten con entusiasmo sus acciones.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Dad gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres.
Ant 2. Contemplaron las obras de Dios y sus maravillas.
Salmo 106 II
Entraron en naves por el mar,
comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano.
Él habló y levantó un viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto:
subían al cielo, bajaban al abismo,
su vida se marchitaba por el mareo,
rodaban, se tambaleaban como ebrios,
y no les valía su pericia.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Apaciguó la tormenta en suave brisa,
y enmudecieron las olas del mar.
Se alegraron de aquella bonanza,
y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Aclámenlo en la asamblea del pueblo,
alábenlo en el consejo de los ancianos.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Contemplaron las obras de Dios y sus maravillas.
Ant 3. Los rectos lo ven y se alegran y comprenden la misericordia del Señor.
Salmo 106 III
El transforma los ríos en desierto,
los manantiales de agua en aridez;
la tierra fértil en marismas,
por la depravación de sus habitantes.
Transforma el desierto en estanques,
el erial en manantiales de agua.
Coloca allí a los hambrientos,
y fundan una ciudad para habitar.
Siembran campos, plantan huertos,
recogen cosechas.
Los bendice, y se multiplican,
y no les escatima el ganado.
Si menguan, abatidos por el peso
de infortunios y desgracias,
el mismo que arroja desprecio sobre los príncipes
y los descarría por una soledad sin caminos
levanta a los pobres de la miseria
y multiplica sus familias como rebaños.
Los rectos lo ven y se alegran,
a la maldad se le tapa la boca.
El que sea sabio, que recoja estos hechos
y comprenda la misericordia del Señor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Los rectos lo ven y se alegran y comprenden la misericordia del Señor.
V. Muéstranos, Señor, tu misericordia.
R. Y danos tu salvación.
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 41, 8-20
PROMESA DE UN NUEVO ÉXODO
Tú, Israel, siervo mío; Jacob, mi escogido; estirpe de Abraham, mi amigo. Tú, a quien cogí en los confines del orbe, a quien llamé en sus extremos, a quien dije: «Tu eres mi siervo, te he escogido y no te he rechazado.» No temas, que yo estoy contigo; no te angusties, que yo soy tu Dios: te fortalezco, te auxilio, te sostengo con mi diestra victoriosa.
Mira: se avergonzarán derrotados los que se enardecen contra ti; serán aniquilados y perecerán los que pleitean contra ti; los buscarás sin encontrarlos a los que pelean contra ti; serán aniquilados, dejarán de existir los que guerrean contra ti. Porque yo, el Señor, tu Dios, te sostengo por la diestra, y te digo: «No temas, yo mismo te auxilio.»
No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio —oráculo del Señor—, tu redentor es el Santo de Israel. Mira, te convierto en trillo aguzado, nuevo, dentado: trillarás los montes y los trituraras; harás paja de las colinas, los aventarás, y el viento los arrebatará, el vendaval los dispersará; y tu te alegraras con el Señor, te gloriarás del Santo de Israel.
Los pobres y los indigentes buscan agua, y no la hay; su lengua está reseca de sed. Yo, el Señor, les responderé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré. Alumbrare ríos en cumbres peladas; en medio de las vaguadas, manantiales; transformaré el desierto en estanque, y el yermo en fuentes de agua; pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos y olivos; plantaré en la estepa cipreses, olmos y alerces, Juntos. Para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado.
RESPONSORIO Is 42, 1; Dt 18, 15
R. Mirad a mi siervo, en quien tengo mis complacencias; * en él he puesto mi espíritu, para que haga brillar la justicia en las naciones.
V. El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta de en medio de ti, de entre tus hermanos.
R. En él he puesto mi espíritu, para que haga brillar la justicia en las naciones.
SEGUNDA LECTURA
Del Tratado de san Ireneo, obispo, Contra las herejías
(Libro 3, 20, 2-3: SC 34, 342-344)
EL DESIGNIO DE LA ENCARNACIÓN REDENTORA
La gloria del hombre es Dios. El beneficiario de la actividad de Dios, de toda su sabiduría y poder, es el hombre.
Y de la misma forma que la habilidad del médico se manifiesta en los enfermos, así Dios se manifiesta en los hombres. Por eso dice san Pablo: Dios encerró a todos los hombres en la desobediencia, para usar con todos ellos de misericordia. En estas palabras el Apóstol se refiere al hombre que, por desobedecer a Dios, perdió la inmortalidad, pero que alcanzó luego la misericordia, recibiendo la gracia de adopción por el Hijo de Dios.
El hombre que, sin orgullo ni presunción, piensa rectamente de la verdadera gloria de las creaturas y de la de aquel que las creó -es decir, de Dios todopoderoso que da a todos el ser- y permanece en el amor, en la sumisión y en la acción de gracias a Dios recibirá de él una gran gloria y crecerá en ella en la medida en que se asemeje al que por él murió.
El Hijo de Dios se sometió a una existencia semejante a la de la carne de pecado para condenar el pecado y, una vez condenado, expulsarlo fuera de la carne. Asumió la carne para incitar al hombre a hacerse semejante a él y para proponerle a Dios como modelo a quien imitar. Le impuso la obediencia al Padre para que llegara a ver a Dios, dándole así el poder de alcanzar al Padre. El Verbo de Dios que habitó en el hombre se hizo también Hijo del hombre, para que el hombre se habituara a percibir a Dios y Dios a vivir en el hombre, conforme a la voluntad del Padre.
Por eso, pues, aquel que es la señal de nuestra salvación, el Emmanuel nacido de la Virgen, nos fue dado por el mismo Señor, porque era el mismo Señor quien salvaba a los que por sí mismos no podían alcanzar la salvación; por eso Pablo proclama la debilidad del hombre, diciendo: Ya sé que en mí, es decir, dentro de mi estado puramente natural, no habita lo bueno; así indica que nuestra salvación no proviene de nosotros, sino de Dios. y añade también: ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Y luego, para aclarar quien lo libra, afirma que esta liberación es obra de la gracia de Jesucristo nuestro Señor.
También Isaías dice lo mismo: Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis.» Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona y os salvará. Esto lo dice para significar que por nosotros mismos no podemos alcanzar la salvación, sino que ésta es consecuencia de la ayuda de Dios.
RESPONSORIO Cf. Jr 31, 10; cf. 4-5
R. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla hasta los confines de la tierra, * y decid a las islas remotas: «Vendrá nuestro Salvador.»
V. Anunciadlo y haced que se escuche en todas partes; proclamad la nueva, gritadla a plena voz.
R. Y decid a las islas remotas: «Vendrá nuestro Salvador.»
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios nuestro, que te has dignado revelar al mundo el esplendor de tu gloria por medio del parto de la santísima Virgen María, concédenos venerar con fe íntegra y celebrar con sincero rendimiento el gran misterio de la encarnación de tu Hijo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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