miércoles, 16 de septiembre de 2020

LITURGIA DE LAS HORAS - OFICIO DE LECTURA



TIEMPO ORDINARIO
JUEVES DE LA SEMANA XXIV
De la Feria. Salterio IV

17 de septiembre

OFICIO DE LECTURA

Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:

Ant. Entrad en la presencia del Señor con aclamaciones.

Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: SEÑOR, ¿A QUIÉN IREMOS?

Señor, ¿a quién iremos,
si tú eres la Palabra?
A la voz de tu aliento
se estremeció la nada;
la hermosura brilló
y amaneció la gracia.

Señor, ¿a quién iremos,
si tu voz no nos habla?

Nos hablas en las voces
de tu voz semejanza:
en los goces pequeños
y en las angustias largas.

Señor, ¿a quién iremos,
si tú eres la Palabra?

En los silencios íntimos
donde se siente el alma,
tu clara voz creadora
despierta la nostalgia.

¿A quién iremos, Verbo,
entre tantas palabras?

Al golpe de la vida,
perdemos la esperanza;
hemos roto el camino
y el roce de tu planta.

¿A dónde iremos, dinos,
Señor, si no nos hablas?

¡Verbo del Padre, Verbo
de todas las mañanas,
de las tardes serenas,
de las noches cansadas!

¿A dónde iremos, Verbo,
si tú eres la Palabra? Amén.

SALMODIA

Ant 1. No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro.

Salmo 43 I ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS QUE SUFRE ENTREGADO A SUS ENEMIGOS

¡Oh Dios!, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.

Tú mismo, con tu mano, desposeíste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.

Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria;
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.

Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.

Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.

Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro.

Ant 2. No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él.

Salmo 43 II

Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.

Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dispersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.

Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.

Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él.

Ant 3. Levántate, Señor, no nos rechaces más.

Salmo 43 III

Todo esto nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón
ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.

Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.

Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?

Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Levántate, Señor, no nos rechaces más.

V. Haz brillar tu rostro, Señor, sobre tu siervo.
R. Enséñame tus leyes.

PRIMERA LECTURA

Del libro de Ester 5, 1-5; 7, 2-10

CASTIGO DE AMAN

Al tercer día, una vez acabada su oración, se despojó Ester de sus vestidos de penitencia y se revistió de reina. Recobrada su espléndida belleza, invocó a Dios, que vela sobre todos y los salva, y, tomando a dos siervas, se apoyó blandamente en una de ellas, mientras la otra la seguía alzando el ruedo del vestido. Iba ella resplandeciente, en el apogeo de su belleza, con rostro alegre como de una enamorada, aunque su corazón estaba oprimido por la angustia. Franqueando todas las puertas, llegó hasta la presencia del rey.

Estaba el rey sentado en su trono real, revestido de las vestiduras de las ceremonias públicas, cubierto de oro y piedras preciosas y con aspecto verdaderamente impresionante. Cuando levantó su rostro, resplandeciente de gloria, y vio que la reina Ester estaba de pie en el atrio, lanzó una mirada tan colmada de ira que la reina se desvaneció; perdió el color y apoyó la cabeza sobre la sierva que la precedía.

Mudó entonces Dios el corazón del rey en dulzura; angustiado, se precipitó del trono y la tomó en sus brazos y, en tanto ella se recobraba, le dirigía dulces palabras, diciendo:

«¿Qué ocurre, Ester? Yo soy tu hermano, ten confianza. No morirás, pues mi mandato alcanza sólo al común de las gentes. Acércate.»

Y, tomando el rey el cetro de oro, lo puso sobre el cuello de Ester, y la besó, diciendo:
«Háblame.»

Ella respondió:
«Te he visto, señor, como a un ángel de Dios y mi corazón se turbó ante el temor de tu gloria. Porque eres admirable, señor, y tu rostro está lleno de dignidad.»

Y, diciendo esto, se desmayó de nuevo. El rey se turbó, y todos su cortesanos se esforzaron por reanimarla. El rey le preguntó:
«¿Qué sucede, reina Ester? ¿Qué deseas? Incluso la mitad del reino te será dada.»

Respondió Ester:
«Si al rey le place, venga hoy el rey, con Amán, al banquete que le tengo preparado.»
Respondió el rey:

«Avisad inmediatamente a Amán, para que se cumpla el deseo de Ester.»

Así, el rey y Amán fueron al banquete preparado por Ester y, durante el banquete, dijo el rey a Ester:

«¿Qué deseas pedir, reina Ester?, pues te será concedido. ¿Cuál es tu deseo? Aunque fuera la mitad del reino, se cumplirá.»

Respondió la reina Ester:

«Si he hallado gracia a tus ojos, ¡oh rey!, y si al rey le place, concédeme la vida -éste es mi deseo- y la de mi pueblo -ésta es mi petición-. Pues yo y mi pueblo hemos sido vendidos para ser exterminados, muertos y aniquilados. Si hubiéramos sido vendidos para esclavos y esclavas, aún hubiera callado; mas ahora el enemigo no podrá compensar al rey por tal pérdida.»

Preguntó el rey Asuero a la reina Ester:

«¿Quién es y dónde está el hombre que ha pensado en su corazón ejecutar semejante cosa?»
Respondió Ester:

«Nuestro perseguidor y enemigo es Amán. ¡Ese miserable! »

Amán quedó aterrado en presencia del rey y de la reina. El rey se levantó, lleno de ira, del banquete y se fue al jardín del palacio; Amán, mientras tanto, se quedó junto a la reina Ester para suplicarle por su vida, porque comprendía que, de parte del rey, se le venía encima la perdición. Cuando el rey volvió del jardín de palacio a la sala del banquete, Amán se había dejado caer sobre el lecho de Ester. El rey exclamó:

«¿Es que incluso en mi propio palacio quiere hacer violencia a la reina?»

Dio el rey una orden y cubrieron el rostro de Amán. Jarboná, uno de los eunucos que estaban ante el rey, sugirió:

«Precisamente la horca que Amán había destinado para Mardoqueo, aquel cuyo informe fue tan útil al rey, está preparada en casa de Amán, y tiene cincuenta codos de altura.»
Dijo el rey:

« ¡Colgadle de ella! »

Colgaron a Amán de la horca que había levantado para Mardoqueo y se aplacó la ira del rey.

RESPONSORIO    Cf. Est 10, 9; Is 48, 20

R. Israel clamó a Dios y el Señor salvó a su pueblo; * lo liberó de todos los males y obró grandes señales entre los demás pueblos.
V. Anunciad con voz de júbilo: «El Señor ha rescatado a su siervo Jacob.»
R. Lo liberó de todos los males y obró grandes señales entre los demás pueblos.

SEGUNDA LECTURA

Del Sermón de san Agustín, obispo, Sobre los pastores
(Sermón 46, 9: CCL 41, 535-536)

SÉ UN EJEMPLO PARA LOS FIELES

Al referirse el Señor a lo que buscan los malos pastores ya alude también a lo que descuidan; con ello quedan evidenciados los males que sufren las ovejas. Son muy pocas las ovejas bien alimentadas y sanas, es decir, aquellas a quienes no falta el sólido manjar de la verdad y se apacientan abundantemente con los dones de Dios. Pero los malos pastores ni a éstas perdonan; les parece poco descuidar a las enfermas y errantes, a las débiles y descarriadas, y llegan incluso a dar muerte a las que están fuertes y sanas. Y si estas últimas conservan la vida, viven, en todo caso, únicamente porque Dios cuida de ellas, pero por lo que se refiere a los pastores, éstos hacen lo posible por matarlas. Quizá preguntes: «¿Cómo las matan?» Pues las matan con su mala vida y con sus malos ejemplos. ¿Acaso piensas que se dijo en vano a aquel gran siervo de Dios, uno de los miembros más destacados del sumo pastor: Sé para todos modelo por tus buenas obras; y también: Sé un ejemplo para los fieles?

En efecto, con frecuencia, incluso las buenas ovejas, al ver la mala vida de los pastores, apartan sus ojos de los preceptos del Señor y se fijan más bien en la conducta del hombre, diciendo en su interior: «Si mi prelado vive de tal manera, yo, que soy simple oveja, ¿no podré hacer lo que hace él?» De esta manera el mal pastor lleva a la muerte incluso a las ovejas fuertes. Y, ¿qué piensas que hará con las demás el que, en lugar de fortalecer a las débiles, dio muerte, con su mal ejemplo, incluso a las que había encontrado robustas y sanas?

Os digo, pues, y os repito que si las ovejas viven y mantienen todavía la salud por la fuerza del Señor, recordando aquellas palabras que oyeron de su mismo Señor: Cumplid y guardad lo que os digan, pero no los imitéis en sus obras, sin embargo, el que vive mal en presencia del pueblo, en cuanto de él depende, mata a aquel que contempla el mal ejemplo de su vida. Que este tal pastor no se consuele, pues, pensando que la oveja no ha muerto; vive, sin duda, pero él es un homicida. Es igual que cuando un hombre impuro mira a una mujer para desearla: aunque ella persevere casta, él ha pecado, como lo dice claramente el Señor: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. No penetró ciertamente en su habitación para pecar con ella, pero pecó en el interior de su corazón.

Así también, todo el que vive indignamente ante aquellos que están bajo su cuidado, en cuanto de él depende, da muerte incluso a las ovejas sanas; pues el que lo imita muere, y el que no lo imita vive. Sin embargo, en cuanto de él depende, lleva a ambos a la muerte; por ello dice: Matáis a las mejor alimentadas, pero no apacentáis las ovejas.

RESPONSORIO    Lc 12, 48; Sb 6, 6

R. A aquel a quien mucho se le ha dado mucho se le exigirá; * y a quien más se le haya confiado más se le reclamará.
V. Un juicio severo les espera a los que mandan.
R. Y a quien más se le haya confiado más se le reclamará.

ORACIÓN.

OREMOS,
Señor Dios, creador y soberano de todas las cosas, vuelve a nosotros tus ojos de bondad y haz que te sirvamos con todo el corazón, para que experimentemos los efectos de tu misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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