TIEMPO ORDINARIO
LUNES DE LA SEMANA XVII
De la Feria. Salterio I
27 de julio
OFICIO DE LECTURA
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. Entremos a la presencia del Señor dándole gracias.
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Entremos a la presencia del Señor dándole gracias.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: DIOS DE LA TIERRA Y DEL CIELO
Dios de la tierra y del cielo,
que, por dejarlas más claras,
las grandes aguas separas,
pones un límite al cielo.
Tú que das cauce al riachuelo
y alzas la nube a la altura,
tú que, en cristal de frescura,
sueltas las aguas del río
sobre las tierras de estío,
sanando su quemadura,
danos tu gracia, piadoso,
para que el viejo pecado
no lleve al hombre engañado
a sucumbir a su acoso.
Hazlo en la fe luminoso,
alegre en la austeridad,
y hágalo tu claridad
salir de sus vanidades;
dale, Verdad de verdades,
el amor a tu verdad. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Sálvame, Señor, por tu misericordia.
Salmo 6 - ORACIÓN DEL AFLIGIDO QUE ACUDE A DIOS
Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera.
Misericordia, Señor, que desfallezco;
cura, Señor, mis huesos dislocados.
Tengo el alma en delirio,
y tú, Señor, ¿hasta cuándo?
Vuélvete, Señor, liberta mi alma,
sálvame por tu misericordia.
Porque en el reino de la muerte nadie te invoca,
y en el abismo, ¿quién te alabará?
Estoy agotado de gemir:
de noche lloro sobre el lecho,
riego mi cama con lágrimas.
Mis ojos se consumen irritados,
envejecen por tantas contradicciones.
Apartaos de mí los malvados,
porque el Señor ha escuchado mis sollozos;
el Señor ha escuchado mi súplica,
el Señor ha aceptado mi oración.
Que la vergüenza abrume a mis enemigos,
que avergonzados huyan al momento.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Sálvame, Señor, por tu misericordia.
Ant 2. El Señor es el refugio del oprimido en los momentos de peligro.
Salmo 9 A I - ACCIÓN DE GRACIAS POR LA VICTORIA
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
proclamando todas tus maravillas;
me alegro y exulto contigo
y toco en honor de tu nombre, ¡oh Altísimo!
Porque mis enemigos retrocedieron,
cayeron y perecieron ante tu rostro.
Defendiste mi causa y mi derecho
sentado en tu trono como juez justo.
Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío
y borraste para siempre su apellido.
El enemigo acabó en ruina perpetua,
arrasaste sus ciudades y se perdió su nombre.
Dios está sentado por siempre
en el trono que ha colocado para juzgar.
Él juzgará el orbe con justicia
y regirá las naciones con rectitud.
El será refugio del oprimido,
su refugio en los momentos de peligro.
Confiarán en ti los que conocen tu nombre,
porque no abandonas a los que te buscan.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. El Señor es el refugio del oprimido en los momentos de peligro.
Ant 3. Narraré tus hazañas en las puertas de Sión.
Salmo 9 A II
Tañed en honor del Señor, que reside en Sión;
narrad sus hazañas a los pueblos;
él venga la sangre, él recuerda,
y no olvida los gritos de los humildes.
Piedad, Señor; mira como me afligen mis enemigos;
levántame del umbral de la muerte,
para que pueda proclamar tus alabanzas
y gozar de tu salvación en las puertas de Sión.
Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron,
su pie quedó prendido en la red que escondieron.
El Señor apareció para hacer justicia,
y se enredó el malvado en sus propias acciones.
Vuelvan al abismo los malvados,
los pueblos que olvidan a Dios.
El no olvida jamás al pobre,
ni la esperanza del humilde perecerá.
Levántate, Señor, que el hombre no triunfe:
sean juzgados los gentiles en tu presencia.
Señor, infúndeles terror,
y aprendan los pueblos que no son más que hombres.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Narraré tus hazañas en las puertas de Sión.
V. Enséñame a cumplir tu voluntad.
R. Y a guardarla de todo corazón.
PRIMERA LECTURA
Del libro de Job 29, 1-10; 30, 1. 9-23
LAMENTACIÓN DE JOB EN SU AFLICCIÓN
Volvió Job a tomar la palabra, diciendo:
«¡Quién me diera volver a los antiguos días, cuando Dios velaba sobre mí, cuando su lámpara brillaba sobre mi cabeza y a su luz cruzaba las tinieblas! Aquellos días de mi otoño, cuando Dios era un íntimo en mi tienda, el Todopoderoso estaba aún conmigo y mis hijos me rodeaban. Cuando mis pies en leche se bañaban y arroyos de aceite la roca me vertía.
Cuando salía a la puerta de la ciudad y mi asiento en la plaza colocaba, los jóvenes, al verme, se apartaban, los ancianos en pie permanecían, los jefes suspendían sus palabras y la mano ponían sobre su boca, enmudecía la voz de los notables y su lengua se pegaba al paladar.
Ahora, en cambio, se burlan de mí muchachos más jóvenes que yo, a cuyos padres nunca juzgué dignos ni de mezclarse con los perros de mi grey. Ahora, en cambio, soy el tema de sus coplas, soy el blanco de sus burlas, me aborrecen, aléjanse de mí, y aun se atreven a escupirme hasta en la cara. Dios ha aflojado la cuerda de mi arco, y me humillan, rompiendo todo freno en mi presencia.
A mi derecha se levanta una canalla que prepara el camino a mi exterminio; deshacen mi sendero, trabajan en mi ruina y nadie los detiene; irrumpen al asalto por una ancha brecha, en medio del estruendo. Los terrores se vuelven contra mí, mi dignidad se disipa como el aire y pasa como nube mi ventura.
Y ahora desfallece en mí mi alma: de día me amenaza la aflicción, la noche me taladra hasta los huesos, pues no duermen las llagas que me roen. El me aferra con violencia por la ropa, me sujeta por el cuello de la túnica, me ha tirado en el fango y me confundo con el barro y la ceniza.
Grito hacia ti y tú no me respondes, espero en ti y tú no me haces caso. Te has vuelto mi verdugo y me atacas con brazo vigoroso. Me levantas en vilo sobre el viento y en medio del ciclón me zarandeas. Sí, ya sé que a la muerte me conduces, a la cita de todos los vivientes.»
RESPONSORIO Jb 30, 17. 19; 7, 16
R. La noche me taladra hasta los huesos, pues no duermen las llagas que me roen. * Me ha tirado en el fango y me confundo con el barro y la ceniza.
V. Déjame, Señor, que mis días son un soplo.
R. Me ha tirado en el fango y me confundo con el barro y la ceniza.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san Cesáreo de Arlés, obispo.
(Sermón 25, 1: CCL 103, 111-112)
LA MISERICORDIA DIVINA Y LA MISERICORDIA HUMANA
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dulce es el nombre de misericordia, hermanos muy amados; y si el nombre es tan dulce, ¿cuánto más no lo será la cosa misma? Todos los hombres la desean, mas, por desgracia, no todos obran de manera que se hagan dignos de ella; todos desean alcanzar misericordia, pero son pocos los que quieren practicarla.
Oh hombre, ¿con qué cara te atreves a pedir, si tú te resistes a dar? Quien desee alcanzar misericordia en el cielo debe él practicarla en este mundo. Y por esto, hermanos muy amados, ya que todos deseamos la misericordia, actuemos de manera que ella llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre después en el futuro. Hay en el cielo una misericordia, a la cual se llega a través de la misericordia terrena. Dice, en efecto, la Escritura: Señor, tu misericordia llega al cielo.
Existe, pues, una misericordia terrena y humana, otra celestial y divina. ¿Cuál es la misericordia humana? La que consiste en atender a las miserias de los pobres. ¿Cuál es la misericordia divina? Sin duda, la que consiste en el perdón de los pecados. Todo lo que da la misericordia humana en este tiempo de peregrinación se lo devuelve después la misericordia divina en la patria definitiva. Dios, en este mundo, padece frío y hambre en la persona de todos los pobres, como dijo él mismo: Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere recibir en la tierra.
¿Cómo somos nosotros, que cuando Dios nos da queremos recibir, y cuando nos pide no le queremos dar? Porque cuando un pobre pasa hambre es Cristo quien pasa necesidad, como dijo él mismo: Tuve hambre, y no me disteis de comer. No apartes, pues, tu mirada de la miseria de los pobres, si quieres esperar confiado el perdón de los pecados. Ahora, hermanos, Cristo pasa hambre, es él quien se digna padecer hambre y sed en la persona de todos los pobres; y lo que reciba aquí en la tierra lo devolverá luego en el cielo.
Os pregunto, hermanos, ¿qué es lo que queréis o buscáis cuando venís a la iglesia? Ciertamente la misericordia. Practicad, pues, la misericordia terrena y recibiréis la misericordia celestial. El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios; aquél un bocado, tú la vida eterna. Da al indigente, y merecerás recibir de Cristo, ya que él ha dicho: Dad y se os dará. No comprendo cómo te atreves a esperar recibir, si tú te niegas a dar. Por esto, cuando vengáis a la iglesia, dad a los pobres la limosna que podáis, según vuestras posibilidades.
RESPONSORIO Lc 6, 36. 37-38; Mt 5, 7
R. Sed misericordiosos, como es misericordioso vuestro Padre. * Perdonad y seréis perdonados, dad y se os dará.
V. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
R. Perdonad y seréis perdonados, dad y se os dará.
ORACIÓN.
OREMOS,
Oh Dios, protector de los que en ti esperan, sin ti nada es fuerte ni santo; aumenta los signos de tu misericordia sobre nosotros, para que, bajo tu dirección, de tal modo nos sirvamos de las cosas pasajeras que por ellas alcancemos con mayor plenitud las eternas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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