miércoles, 6 de mayo de 2020

LITURGIA DE LAS HORAS - OFICIO DE LECTURA



TIEMPO PASCUAL
JUEVES DE SEMANA IV
Propio del Tiempo. Salterio IV

7 de mayo

OFICIO DE LECTURA

INVITATORIO

Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:

Ant. Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: OH REY PERPETUO DE LOS ELEGIDOS

Oh Rey perpetuo de los elegidos,
oh Creador que todo lo creaste,
oh Dios en quien el Hijo sempiterno
es desde antes del tiempo igual al Padre.

Oh tú que, sobre el mundo que nacía,
imprimiste en Adán tu eterna imagen,
confundiendo en su ser el noble espíritu
y el miserable lodo de la carne.

Oh tú que ayer naciste de la Virgen,
y hoy del fondo de la tumba naces;
oh tú que, resurgiendo de los muertos,
de entre los muertos resurgir nos haces.

Oh Jesucristo, libra de la muerte
a cuantos hoy reviven y renacen,
para que seas el perenne gozo
pascual de nuestras mentes inmortales.

Gloria al Padre celeste y gloria al Hijo,
que de la muerte resurgió triunfante,
y gloria con entrambos al divino Paracleto,
por siglos incesantes. Amén.

SALMODIA

Ant 1. No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro. Aleluya.

Salmo 43 I ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS QUE SUFRE ENTREGADO A SUS ENEMIGOS

¡Oh Dios!, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.

Tú mismo, con tu mano, desposeíste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.

Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria;
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.

Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.

Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.

Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro. Aleluya.

Ant 2. No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él. Aleluya.

Salmo 43 II

Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.

Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dispersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.

Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.

Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él. Aleluya.

Ant 3. Levántate, Señor, no nos rechaces más.

Salmo 43 III

Todo esto nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón
ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.

Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.

Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?

Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Levántate, Señor, no nos rechaces más.

V. Dios resucitó al Señor. Aleluya.
R. Y nos resucitará también a nosotros por su poder. Aleluya.

PRIMERA LECTURA

De los Hechos de los apóstoles 14, 7-15, 4

PABLO EN LISTRA

En aquellos días, había en Listra un hombre imposibilitado de los pies, que solía estar sentado sin poderse mover. Era paralítico de nacimiento y nunca había podido andar. Escuchaba un día la predicación de Pablo, y éste, fijándose en él y viendo que esperaba conseguir su curación, le gritó con fuerte voz:

«Levántate, ponte en pie.»

Dio él un salto y echó a andar. La gente, al ver el milagro que había hecho Pablo, empezó a gritar en lengua licaonia:

«Los dioses han bajado en forma humana hasta nosotros.»

Y llamaban Júpiter a Bernabé, y Mercurio a Pablo, porque Pablo era quien dirigía la palabra. El sacerdote de Júpiter, cuyo templo se hallaba a la entrada de la ciudad, llevó allá unos toros adornados con guirnaldas, y, acompañado de la muchedumbre, quería ofrecerles un sacrificio. Cuando los apóstoles Pablo y Bernabé se dieron cuenta de ello, rasgaron sus vestiduras y se lanzaron entre la muchedumbre, diciendo a grandes voces:

«Amigos, ¿qué es lo que hacéis? Nosotros somos también hombres, de la misma condición que vosotros. Y venimos a traeros este mensaje: que de estos dioses que no son nada os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo, la tierra y el mar y todo cuanto en ellos se contiene. En las pasadas generaciones, él permitió que todos los pueblos siguiesen sus propios caminos, si bien no dejó de revelarse a sí mismo; pues os dispensó toda clase de beneficios, os dio desde el cielo lluvias y estaciones fecundas en frutos, os dio alimento y colmó de felicidad vuestros corazones.»

Con estas palabras, a duras penas pudieron conseguir que la gente no les ofreciese el sacrificio. Luego vinieron judíos de Antioquía a Iconio, y sedujeron a la gente de tal manera que terminaron por apedrear a Pablo, y lo arrastraron fuera de la ciudad, dejándolo por muerto. Pero él, rodeado de los discípulos, se levantó y entró en la ciudad. Al día siguiente, marchó con Bernabé a Derbe.

Evangelizada esta ciudad de Derbe, donde hicieron muchos discípulos, se volvieron a Listra, Iconio y Antioquía. Confortaron los ánimos de los discípulos, exhortándolos a permanecer en la fe y diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios. Y, después de haber constituido presbíteros en cada Iglesia, con oraciones y ayunos los encomendaron al Señor, en quien habían creído. Atravesando Pisidia, llegaron a Panfilia; y, después de predicar el Evangelio en Perge, bajaron a Atalía. De allí navegaron hasta Antioquía, de donde habían salido, encomendados a la gracia de Dios, para el ministerio que acababan de cumplir. A su llegada, reunieron a la comunidad y les refirieron las grandes e infinitas cosas que Dios había hecho con ellos, y cómo había abierto para los gentiles la puerta de la fe. Y continuaron mucho tiempo en compañía de los discípulos.

Entretanto, algunos hermanos que habían bajado de Judea empezaron a enseñar a los demás esta doctrina:

«Si no os hacéis circuncidar conforme a la ley de Moisés, no os podéis salvar.»

Con esto se produjo un gran revuelo y una viva polémica de Pablo y Bernabé contra ellos. Por fin se tomó el acuerdo de que Pablo y Bernabé y algunos de los otros subieran a Jerusalén a los apóstoles y presbíteros para resolver la cuestión. Provistos de lo necesario por la Iglesia, atravesaron Fenicia y Samaría, narrando en todas partes la conversión de los gentiles, y causando gran gozo a todos los hermanos. A su llegada a Jerusalén, fueron recibidos por la Iglesia y por los apóstoles y presbíteros, y les contaron todo cuanto Dios había hecho con ellos.

RESPONSORIO    1 Ts 1, 9-10

R. Os convertisteis de los ídolos a Dios * para consagraros al Dios vivo y verdadero. Aleluya.
V. Y esperar así a su Hijo Jesús que ha de venir de los cielos, al cual resucitó de entre los muertos; él nos ha salvado de la ira venidera.
R. Para consagraros al Dios vivo y verdadero. Aleluya.

SEGUNDA LECTURA

De los Tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan
(Tratado 65, 1-3: CCL 36, 490-492)

EL MANDATO NUEVO

El Señor Jesús declara que da a sus discípulos un mandato nuevo por el que les prescribe que se amen mutuamente unos a otros: Os doy -dice- el mandato nuevo: que os améis mutuamente.

¿Es que no existía ya este mandato en la ley antigua, en la que hallamos escrito: Amarás a tu prójimo como a ti mismo? ¿Por qué, pues, llama nuevo el Señor a lo que nos consta que es tan antiguo? ¿Quizá la novedad de este mandato consista en el hecho de que nos despoja del hombre viejo y nos reviste del nuevo? Porque renueva en verdad al que lo oye, mejor dicho, al que lo cumple, teniendo en cuenta que no se trata de un amor cualquiera, sino de aquel amor acerca del cual el Señor, para distinguirlo del amor carnal, añade: Como yo os he amado.

Éste es el amor que nos renueva, que nos hace hombres nuevos, herederos del Testamento nuevo, capaces de cantar el cántico nuevo. Este amor, hermanos muy amados, es el mismo que renovó antiguamente a los justos, a los patriarcas y profetas, como también después a los apóstoles, y el mismo que renueva ahora a todas las gentes, y el que hace que el género humano, esparcido por toda la tierra, se reúna en un nuevo pueblo, en el cuerpo de la nueva esposa del Hijo único de Dios, de la cual se dice en el Cantar de los cantares: ¿Quién es ésa que sube toda ella resplandeciente de blancura? Resplandeciente, en verdad, porque está renovada, y renovada por el mandato nuevo.

Por eso, en ella, todos los miembros tienen entre sí una mutua solicitud: si sufre uno de los miembros, todos los demás sufren con él, y, si es honrado uno de los miembros, se alegran con él todos los demás. Es porque escuchan y guardan estas palabras: Os doy el mandato nuevo: que os améis mutuamente, no con un amor que degrada, ni con el amor con que se aman los seres humanos por ser humanos, sino con el amor con que se aman porque están deificados y son hijos del Altísimo, de manera que son hermanos de su Hijo único y se aman entre sí con el mismo amor con que Cristo los ha amado, para conducirnos hasta aquella meta final en la que encuentran su plenitud y la saciedad de todos los bienes que desean. Entonces, en efecto, todo deseo se verá colmado, cuando Dios lo será todo en todas las cosas.

Este amor es don del mismo que afirma: Como yo os he amado, para que vosotros os améis mutuamente. Por esto nos amó, para que nos amemos unos a otros; con su amor nos ha otorgado el que estemos unidos por el amor mutuo y, unidos los miembros con tan dulce vínculo, seamos el cuerpo de tan excelsa cabeza.

RESPONSORIO    1Jn 4, 21; Mt 22, 40

R. Hemos recibido de Dios este mandamiento: * Quien ama a Dios ame también a su hermano. Aleluya.
V. Estos dos mandamientos son el fundamento de toda la ley y los profetas:
R. Quien ama a Dios ame también a su hermano. Aleluya.

ORACIÓN.

OREMOS,
Señor Dios nuestro, que al restaurar la naturaleza humana le otorgaste una dignidad mayor que la que tuvo en sus orígenes, mantén siempre tus inefables designios de amor hacia nosotros, y conserva en quienes hemos renacido por el bautismo los dones que de tu bondad hemos recibido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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