TIEMPO ORDINARIO
VIERNES DE LA SEMANA VI
De la Feria. Salterio II
21 de febrero
OFICIO DE LECTURA
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. El Señor es bueno, bendecid su nombre.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: QUÉ HERMOSOS SON LOS PIES
¡Qué hermosos son los pies
del que anuncia la paz a sus hermanos!
¡Y qué hermosas las manos
maduras en el surco y en la mies!
Grita lleno de gozo,
pregonero, que traes noticias buenas:
se rompen las cadenas,
y el sol de Cristo brilla esplendoroso.
Grita sin miedo, grita,
y denuncia a mi pueblo sus pecados;
vivimos engañados,
pues la belleza humana se marchita.
Toda yerba es fugaz,
la flor del campo pierde sus colores;
levanta sin temores,
pregonero, tu voz dulce y tenaz.
Si dejas los pedazos
de tu alma enamorada en el sendero,
¡qué dulces, mensajero,
qué hermosos, que divinos son tus pasos! Amén.
SALMODIA
Ant 1. Señor, no me castigues con cólera.
Salmo 37 I - ORACIÓN DE UN PECADOR EN PELIGRO DE MUERTE
Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera;
tus flechas se me han clavado,
tu mano pesa sobre mí;
no hay parte ilesa en mi carne
a causa de tu furor,
no tienen descanso mis huesos
a causa de mis pecados;
mis culpas sobrepasan mi cabeza,
son un peso superior a mis fuerzas.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Señor, no me castigues con cólera.
Ant 2. Señor, todas mis ansias están en tu presencia.
Salmo 37 II
Mis llagas están podridas y supuran
por causa de mi insensatez;
voy encorvado y encogido,
todo el día camino sombrío;
tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi carne;
estoy agotado, deshecho del todo;
rujo con más fuerza que un león.
Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia,
no se te ocultan mis gemidos;
siento palpitar mi corazón,
me abandonan las fuerzas,
y me falta hasta la luz de los ojos.
Mis amigos y compañeros se alejan de mí,
mis parientes se quedan a distancia;
me tienden lazos los que atentan contra mí,
los que desean mi daño me amenazan de muerte,
todo el día murmuran traiciones.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Señor, todas mis ansias están en tu presencia.
Ant 3. Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío.
Salmo 37 III
Pero yo, como un sordo, no oigo;
como un mudo, no abro la boca;
soy como uno que no oye
y no puede replicar.
En ti, Señor, espero,
y tú me escucharás, Señor, Dios mío;
esto pido: que no se alegren por mi causa,
que, cuando resbale mi pie, no canten triunfo.
Porque yo estoy a punto de caer,
y mi pena no se aparta de mí:
yo confieso mi culpa,
me aflige mi pecado.
Mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos los que me aborrecen sin razón,
los que me pagan males por bienes,
los que me atacan cuando procuro el bien.
No me abandones, Señor,
Dios mío, no te quedes lejos;
ven aprisa a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío.
V. Mis ojos se consumen aguardando tu salvación.
R. Y tu promesa de justicia.
PRIMERA LECTURA
De la segunda carta a los Tesalonicenses 2, 1-1
EL DÍA DEL SEÑOR
Os rogamos, hermanos, que no os desconcertéis tan fácilmente por lo que toca a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él. No os alarméis ni por revelaciones carismáticas ni por palabras o cartas atribuidas a nosotros, en las que se os induzca a pensar que el día del Señor es inminente.
Que nadie os engañe de ninguna manera; porque antes ha de venir la apostasía y ha de manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición. El se opone y se alza contra el nombre de Dios y contra todo objete sagrado, llegando hasta sentarse en el templo de Dios, proclamándose a sí mismo Dios. ¿No recordáis que, estando todavía entre vosotros, os decía una y otra vez estas cosas? Vosotros sabéis qué es lo que lo retiene, ahora para que no se manifieste, sino hasta su tiempo. En efecto, el misterio de la iniquidad está ya en acción. Sólo falta que desaparezca de en medio el que ahora pone impedimento.
Entonces se revelará el hombre de la iniquidad, y Jesús lo matará con el aliento de su boca y lo aniquilará, en la manifestación de su venida. La venida del hombre de la iniquidad, por la acción de Satanás, estará acompañada de toda clase de poder, de señales e ilusorios portentos y de todo género de maldades que seducirán a los que están en camino de perdición, por no haber acogido el amor de la verdad que los hubiera salvado. Por eso les envía Dios un poder seductor que los impulsa a creer en la mentira, y así serán condenados cuantos no dieron fe a la verdad y se complacieron en la iniquidad.
Nosotros debemos dar continuamente gracias a Dios por vosotros, hermanos, a quienes tanto ama el Señor. Dios os eligió desde toda la eternidad para daros la salud por la santificación que obra el Espíritu y por la fe en la verdad. Con tal fin os convocó por medio del mensaje de la salud, anunciado por nosotros, para daros la posesión de la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Así pues, hermanos, manteneos firmes y guardad las enseñanzas que aprendisteis de nosotros, ya de viva voz, ya por carta. Que el mismo Señor nuestro, Cristo Jesús, y Dios, nuestro Padre, que por pura bondad nos ha amado y nos ha otorgado consuelo y aliento imperecederos y una feliz esperanza, infunda valor en vuestros corazones y los confirme en la bondad, tanto en vuestras palabras como en vuestras acciones.
RESPONSORIO Mt 24, 30; 2Ts 2, 8
R. Aparecerá la señal del Hijo del hombre en el cielo, * y verán al Hijo del hombre venir con gran poder y majestad.
V. Entonces se revelará el hombre de la iniquidad, y Jesús lo matará con el aliento de su boca.
R. Y verán al Hijo del hombre venir con gran poder y majestad.
SEGUNDA LECTURA
De los Tratados de san Agustín, obispo, sobre la primera carta de san Juan
(Tratado 4: PL 35, 2008-2009)
EL DESEO DEL CORAZÓN TIENDE HACIA DIOS
¿Qué es lo que se nos ha prometido? Seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. La lengua ha expresado lo que ha podido; lo restante ha de ser meditado en el corazón. En comparación de aquel que es, ¿qué pudo decir el mismo Juan? ¿Y qué podremos decir nosotros, que tan lejos estamos de igualar sus méritos?
Volvamos, pues, a aquella unción de Cristo, a aquella unción que nos enseña desde dentro lo que nosotros no podemos expresar, y, ya que por ahora os es imposible la visión, sea vuestra tarea el deseo.
Toda la vida del buen cristiano es un santo deseo. Lo que deseas no lo ves todavía, mas por tu deseo te haces capaz de ser saciado cuando llegue el momento de la visión. Supón que quieres llenar una bolsa, y que conoces la abundancia de lo que van a darte; entonces tenderás la bolsa, el saco, el odre o lo que sea; sabes cuán grande es lo que has de meter dentro y ves que la bolsa es estrecha, y por esto ensanchas la boca de la bolsa para aumentar su capacidad. Así Dios, difiriendo su promesa, ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz de sus dones.
Deseemos, pues, hermanos, ya que hemos de ser colmados. Ved de qué manera Pablo ensancha su deseo, para hacerse capaz de recibir lo que ha de venir. Dice, en efecto: No quiero decir con esto que tenga ya conseguido el premio o que sea ya perfecto; yo, hermanos, no considero haber ganado todavía el premio.
¿Qué haces, pues, en esta vida, si aún no has conseguido el premio? Sólo una cosa busco: olvidando lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que veo por delante, voy corriendo hacia la meta para conseguir el premio de la asamblea celestial. Afirma de sí mismo que está lanzado hacia lo que ve por delante y que va corriendo hacia la meta final. Es porque se sentía demasiado pequeño para captar aquello que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre.
Tal es nuestra vida: ejercitarnos en el deseo. Ahora bien, este santo deseo está en proporción directa de nuestro desasimiento de los deseos que suscita el amor del mundo. Ya hemos dicho en otra parte que un recipiente, para ser llenado, tiene que estar vacío. Derrama, pues, de ti el mal, ya que has de ser llenado del bien.
Imagínate que Dios quiere llenarte de miel; si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel? Hay que vaciar primero el recipiente, hay que limpiarlo y lavarlo, aunque cueste fatiga, aunque haya que frotarlo, para que sea capaz de recibir algo.
Y así como decimos miel, podríamos decir oro o vino; lo que pretendemos es significar algo inefable: Dios. Y cuando decimos «Dios», ¿qué es lo que decimos? Esta sola sílaba es todo lo que esperamos. Todo lo que podamos decir está, por tanto, muy por debajo de esa realidad; ensanchemos, pues, nuestro corazón, para que, cuando venga, nos llene, ya que seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
RESPONSORIO Sal 36, 4-5
R. Sea el Señor tu delicia, * y él te dará lo que pide tu corazón.
V. Encomienda tu camino al Señor y confía en él.
R. Y él te dará lo que pide tu corazón.
ORACIÓN.
OREMOS,
Oh Dios, has prometido permanecer con los rectos y sinceros de corazón; concédenos vivir de tal manera que merezcamos tenerte siempre con nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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